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Elisa sintió paz, como si de pronto todo el dolor, el cansancio, el terror que hacía solo unos momentos la habían invadido por completo, simplemente se disiparan. Como si un viento fresco y suave se llevara todo a su paso. Su cuerpo se sentía liviano y tranquilo. Abrió lentamente los ojos para intentar acostumbrarlos a la blancura extrema que le rodeaba. No sabía dónde estaba ni qué había sucedido. Lo último que recordaba era la intensa mirada de Caliel rogándole que aguantara un poco más.

—¿Caliel? —susurró apenas y se movió con sigilo intentando buscar hacia los lados.

No había nada. No había nadie. Todo era blanco, luminoso, pacífico y silencioso. De pronto el corazón de Elisa se empezó a acelerar de solo pensar que se había separado de aquel ser que lo había acompañado toda su vida. Se levantó de golpe sin pensar en nada más que en encontrarlo y se puso a corretear sin rumbo fijo gritando su nombre.

—Caliel... ¡Caliel!

Elisa sintió el eco de su propia voz repitiendo ese nombre un sinfín de veces y sin saber cuánto había pasado desde que había llegado a ese sitio, se dejó caer rendida sobre sus rodillas.

El suelo era de arena suave, como la de la playa pero al igual que todo a su alrededor, era blanco. Clavó sus dedos tomando un puñado entre sus manos y dejando que los pequeños y finos granos se derramaran por los costados. Brillaban ante la claridad del lugar como si fueran pequeños cristales tornasolados ante la luz. Levantó la vista buscando una salida, un camino, un horizonte, una señal, pero no había nada. Estaba inmersa en una blancura intensa e infinita.

Se levantó de nuevo para caminar e intentar encontrar alguna respuesta y a medida que fue dando tímidos pasos, oyó clara la voz de Caliel.

«Volaría hasta el infierno si fuera necesario».

—¿Caliel? —buscó el sitio desde donde provenía la voz pero solo escuchó el eco repitiendo la frase hasta apagarse. Siguió caminando mientras las lágrimas comenzaban a descender suavemente por sus mejillas empapando su rostro.

«No te soltaré jamás».

La voz de Caliel volvió a sonar clara y firme como si estuviera a su lado. Por un instante Elisa pensó que quizás había perdido la posibilidad de verlo pero que él seguía allí. O tal vez estaba soñando. Tal vez era uno de esos sueños donde ella se encontraba sola y luego lo llamaba y él ingresaba en su ayuda.

—¡Caliel! —intentó de nuevo sin éxito y entonces se dejó caer de nuevo en el suelo, rendida, agobiada, agotada. No físicamente, ya que de alguna extraña manera el cansancio se le había pasado, sino anímicamente, era como si su alma le pesara, como si le costara seguir cargando con el peso de su espíritu.

Volvió a tomar un puñado de esa arena blanca entre sus manos y la levantó para dejarla caer y ver esas partículas luminosas. Tenían reflejos violetas, lo que le recordó los ojos de Caliel cuando era su ángel. Aquella mirada que tan extraña le había resultado cuando era solo una niña pero que rápidamente se convirtió en su faro, su guía, en su luz.

Se preguntó si acaso había sido castigada y condenada a vagar por ese desierto pacífico debido a que se había enamorado de su ángel de la guarda y suspiró recostándose por completo en el suelo. De pronto el cielo blanco fue tornándose gris y una nube oscura se posó sobre ella. Elisa se alteró sintiendo ansiedad, temor, incertidumbre, pero entonces la nube grisácea fue mostrándole escenas de su vida, como si se tratara de un televisor y ella estuviera viendo un programa.

Reconoció momentos de su infancia, desde su nacimiento hasta el momento en que comenzó a ser capaz de ver a Caliel, lo veía a su lado, sonriendo, cuidándola, protegiéndola. Sus lágrimas volvieron a caer como si de una represa abierta se tratara pero ella no intentaba contenerlas. Su mente vagaba a la idea de vivir una eternidad sin él y aquello le parecía mucho más doloroso que cualquier cosa que hubiera experimentado.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now