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Cuando el sitio quedó en completo silencio, Elisa reaccionó lentamente. Sentía que las piernas le temblaban, las manos le sudaban y unas increíbles ganas de devolver el estómago se apoderaron de ella.

—Debemos pedir ayuda —murmuró en un hilo de voz apenas audible.

—Ya no hay nada que podamos hacer —respondió Caliel observando al alma del difunto salirse del cuerpo para, junto con el ángel que lo había acompañado toda la vida, elevarse al cielo.

—Pero no podemos... dejarlo allí —insistió la chica increíblemente asustada.

—No te preocupes.

Caliel hizo una señal con el dedo para que guardara silencio y luego la movió para que quedara justo detrás de la pared y oculta a la vista.

—Pero...

—Shhh —insistió el ángel.

No pasaron ni dos segundos hasta que escucharon unos pasos. Personas aparecían desde el otro lado y se alteraban al ver el cuerpo inerte allí abandonado. Uno se disponía a llamar a la ambulancia mientras el otro buscaba el pulso en el cuello. Caliel hizo otra señal a Elisa para que caminara en otro sentido de manera que nadie la viera. Elisa entendió los gestos y se movió con sigilo.

Así continuaron por un tiempo, en silencio. Caliel pensando sobre las sombras que había visto y Elisa intentando salir del shock en que la había sumido aquella horrible escena que había presenciado.

Luego de caminar casi sin rumbo unas tres cuadras, Caliel le recordó a Elisa que debían llegar a casa lo más rápido posible. El ambiente no se sentía seguro y él podía percibir esa sensación de constante intranquilidad que le producía el saber que había demonios sueltos circulando tan cerca de los humanos y de los ángeles.

Por lo general, los demonios se alejaban de los sitios donde había un ángel de la guarda. No toleraban su luminosidad ni la paz que su presencia irradiaba. De la misma manera, los ángeles experimentaban una horrible sensación cuando los tenían cerca; aquellas nefastas sombras, con la intensidad de la maldad que bullía dentro de su esencia, eran capaces de cambiar el estado puro de la energía de los ángeles, haciéndoles sentir emociones que ellos no estaban acostumbrados a experimentar: desazón, desesperanza, desolación, angustia; llevándolos a un estado de cansancio o agotamiento que los sumía en una especie de trance, que si era muy profundo podía dejarlos como atontados por un tiempo. Tiempo que los demonios podían aprovechar para influir en sus protegidos hasta incluso llegar a la posesión. Pero esas eran cosas que no sucedían a menudo, los demonios no andaban así pululando a diestra y siniestra por la tierra, eran situaciones contadas, extrañas, donde normalmente el humano abría algún portal o invocaba a algún espíritu dejando ese espacio libre a los seres oscuros.

Elisa apretó el paso al escuchar murmullos a los alrededores y ver las sombras de las personas que transitaban cerca. No se sentía bien. Estaba ansiosa por hablar con Caliel, pero no podía hacerlo allí porque otra vez parecería loca, sin embargo le turbaba la expresión que traía su ángel en el rostro, lo veía demasiado preocupado.

De hecho al llegar al fin a casa, Elisa notó a Caliel tenso observando todo alrededor. La instó con un gesto a que ingresara de prisa a la casa y una vez dentro, le recordó que cerrara con llave la puerta.

—Necesitamos hablar —dijo Caliel mirándola con seriedad. Elisa asintió.

—Déjame ver cómo se encuentra mamá y hablamos —respondió la muchacha y se adentró a la habitación de su madre.

Caliel la siguió y esperó en el umbral de la puerta, Ana dormía profundamente y algunas pastillas yacían desparramadas en la mesa de noche. Caliel miró a Aniel —que se encontraba a un lado de la cama— y en respuesta el ángel solo se encogió de hombros. Ana estaba perdiendo la batalla y Aniel no podía hacer nada al respecto, esas eran las órdenes de los superiores. Caliel negó con la cabeza y se dirigió al cuarto de Elisa. Un sentimiento fuerte y poderoso inundaba toda su alma, se mezclaban allí la impotencia, la indignación y la duda, la preocupación y el temor a lo que quedaba por delante. Pero no un temor por él, sino por Elisa. ¿Qué le tocaría afrontar todavía? ¿Sería ella capaz de aguantar una pérdida más en el caso de que su madre no lograra ganar la batalla a la depresión? ¿Borraría todo lo malo que estaba sucediendo —y lo que aún sucedería—, la sonrisa, la espontaneidad, la ingenuidad y la ternura del alma de Elisa que él tanto amaba?

Sueños de CristalOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz