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El ángel que pocos segundos atrás había gritado a los demonios para que soltaran a Caliel, desenvainó su espada y atravesó a las sombras sin dudarlo, logrando que estas chillaran y explotaran en un intenso destello de luz antes de que pudieran apoderarse de Caliel.

El muchacho estaba encogido sobre el frío piso de piedra y entre sus brazos estaba el cuerpo inerte de la chica con la vista perdida en la nada. Al guerrero le pareció una escena conmovedora. Le pareció la imagen misma de lo que era el amor. El cuerpo de Caliel estaba ligeramente enroscado sobre el de Elisa, como si a pesar de todo todavía buscara protegerla del mal que acechaba cerca. A pesar de estar débil, a pesar de que el cuerpo de la chica estaba desprovisto de vida... él había estado dispuesto a morir con tal de que no la tocaran.

Eran el cumplimiento de la profecía. Eran la evidencia de que la humanidad no estaba perdida del todo. Eran la esperanza que todos —cielo y tierra— necesitaban. Eran el nuevo inicio.

Caliel se atrevió a abrir los ojos cuando se dio cuenta de que seguía vivo. ¿O tal vez había muerto de manera indolora? Cuando miro el rostro pálido de la chica a la que amaba se lamentó; él seguía vivo... y ella no.

Otro sollozo desgarró su pecho y cerró los ojos al posar su frente sobre la de Elisa. Podía sentir que poco a poco se le iba enfriando la piel y aquello lo apagaba lentamente por dentro.

—Caliel.

El sonido de su nombre siendo llamado lo hizo elevar la mirada. Un ángel guerrero estaba de pie frente a él sosteniendo una espada que refulgía en la oscuridad. No necesitó preguntar nada para saber quién lo había salvado de los demonios que intentaban apoderarse de él ni cómo lo había hecho.

El muchacho permaneció acunando el cuerpo de Elisa contra su pecho. Sentía la garganta cerrada y no podía emitir ni una sola palabra. Los labios le temblaban junto con la barbilla cada vez que abría la boca para hablar.

—Es hora de irnos —expresó el ángel.

Había notado la dificultad que el chico estaba teniendo para decir cualquier cosa, así que le ahorró las molestias y le explicó que la máxima autoridad quería verlo arriba. Dios pedía verlo y decirle... ¿Qué quería decirle?, se preguntó Caliel.

—No puedo dejarla —atinó a decir con voz quebrada.

El ángel asintió pensativo y le tendió la mano.

—Ten fe en que su corazón puro la salvará —le tranquilizó.

Caliel sopesó durante algunos segundos sus palabras y se dio cuenta de que tenía razón. Elisa sería salvada por sus acciones y su alma pura. Ella merecía el cielo, y si Dios quería verlo ahí, entonces había una probabilidad de que pudiera encontrarla también a ella.

Tomó la mano que le ofrecía y se puso de pie después de acomodar el cuerpo de Elisa sobre el suelo con cuidado.

Cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que la estructura del edificio casi había desaparecido por completo. Quedaban solo unas paredes y un par de vigas de pie. Pero lo demás se había ido. La oscuridad del bosque los rodeaba y el silencio era alarmante, tétrico, perturbador. Aunque no había ya ninguna de las sombras que antes los habían arrinconado, podía sentirse su presencia todavía, como si el mal no se hubiera desvanecido del todo. La piel de Caliel se erizó con el pensamiento de que la guerra todavía no terminaba, que todavía había un largo camino por recorrer.

El muchacho percibió entonces algo en su cabeza, como un llamado, una invocación que lo absorbía, y recordó las veces que lo había sentido mientras Elisa dormía. Cerró los ojos sintiendo todavía el pecho ardiendo y se concentró en aquel requerimiento. Algo así como un torbellino los rodeó entonces y los jaló hacia algún lugar en las alturas, lejos de la guerra, lejos del dolor, del miedo, de la pérdida... Lejos de Elisa.

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora