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—¿Viste las noticias anoche? —cuestionó Careli con la atención puesta en las uñas de los pies que se estaba pintando.

Ambas chicas se encontraban en la recámara de Elisa acicalándose, inmersas en aquellas actividades tan triviales, intentando no pensar en todo lo que ocurría alrededor del mundo. Elisa estaba depilándose las cejas mientras Careli le daba un toque de color a sus pies pálidos, pero sus mentes —aunque intentaban dispersarse— continuaban dando vueltas a los sucesos mundiales.

—No, ¿qué pasó? —preguntó Elisa sin despegar la vista de su reflejo.

—Al parecer hubo un atentado terrorista en Francia. —Elisa bajó las pinzas al escuchar esto y encaró a su amiga, quien hizo una mueca con pesar—. Fueron casi trescientos muertos, Eli. Y otros cien heridos... o desaparecidos —concluyó con la voz ahogada.

Elisa parpadeó aturdida y tragó con dificultad.

—Lo bueno es que tu padre regresó antes.

—Lo sé, eso me alivia —informó—, pero me pongo a pensar... ¿Y si no lo hubiera hecho? ¿Qué habría sido de mí? —cuestionó con dolor. Elisa dejó de lado su sesión de belleza y acudió a su amiga para consolarla. Una vez que tuvo sus brazos a su alrededor, Careli rompió a llorar—. Estuvo tan cerca, Elisa. Tan cerca...

—Pero está bien —murmuró la muchacha contra el cabello de su amiga—. Él está en la ciudad a salvo, tú estás bien. No tienes por qué torturarte con supuestos.

—Es que... me aterra el mundo —confesó—. Me aterra viajar y no saber qué pasará en nuestro lugar de destino. —Elisa sintió una opresión en el pecho al recordar que su amiga se iba dentro de poco tiempo. El trabajo que su padre tenía requería que se moviera constantemente, y aunque a veces estaba de acuerdo con dejar un par de semanas a su hija, esta vez el tiempo sería mayor y tenía pensado llevarse a su hija con él.

—Estarás bien —dijo Elisa abrazando con fuerza a su amiga—. Y verás que estarán bien —repitió. Pero la verdad era que, por más que lo repitiera, los sucesos actuales del mundo le clavaban una espina de incertidumbre bajo la piel—. ¿Vendrás en vacaciones a verme? —preguntó.

Se alejó un poco de Careli para verla a los ojos y la chica asintió enérgica.

—Claro. Y nos veremos por Skype por lo menos una vez a la semana.

Se limpió las lágrimas de las mejillas y ambas rieron, sin embargo bajo aquel sonido aparentemente relajado, había un toque de pánico. Si el mundo seguía por ese derrotero... ¿volverían a verse alguna vez?, se preguntaban.

Careli se lanzó a abrazar con fuerza nuevamente a su amiga y aunque Elisa le devolvió el gesto, su mirada buscó casi por inercia a su ángel, quien las observaba desde un rincón alejado de la habitación. La chica necesitaba ver su sonrisa y sus ojos brillantes mostrándole que se ponía paranoica por nada. Necesitaba que él gesticulara que debía relajarse, que todo estaría bien, sin embargo al encontrarse con aquellos orbes brillantes un escalofrío recorrió la piel de Elisa. La esperanza que había estado buscando en su guardián, no estaba ahí. Lo único que encontraba era impotencia y un toque de temor.

El desafortunado día de la despedida llegó poco tiempo después y con él las lágrimas de las muchachas, quienes se abrazaban con fuerza en pleno aeropuerto, sintiendo que ya se extrañaban y prometiéndose no perder el contacto.

Caliel, al lado de Elisa, solo las observaba curioso. Nunca había entendido ese sentimiento de añoranza que los humanos sentían al verse lejos de los lugares y personas que querían. Por más que intentaba imaginarse qué sentía Elisa en ese momento, no lograba hacerlo. Podía ver el dolor en sus ojos, un índice de desesperación en sus gestos, y pudo ver con claridad cómo se le partía el corazón cuando su amiga se alejó e ingresó en la puerta indicada.

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora