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Caliel se olvidó del mundo que lo rodeaba, ya no le importó que los ángeles hubieran llegado y que a su alrededor se hubiera desatado una batalla de luces y sombras. Para él el mundo había acabado en el mismo momento en que Elisa expiró por última vez y ya no le importaba si en ese mismo instante las sombras de las que había huido y que había enfrentado en tantas ocasiones, lo tomaban allí mismo. Ya no importaba nada, porque la verdadera sombra había caído como lluvia ácida quemando todo lo que quedaba de él cuando el alma de ella simplemente se fue.

Contempló su cuerpo aún tibio y laxo, recostado en sus brazos y lloró. Miles de veces se había preguntado de dónde salían esas lágrimas, cómo se sentirían derramándose en sus mejillas, cómo era que se sentía la humedad sobre la piel. Ahora lo estaba viviendo, esas lágrimas salían solas, no podían ser controladas, era la tristeza, y lo estaba experimentando por primera vez de una forma tan avasalladora e intensa que pensaba se quedaría sin aire, sin vida en cualquier instante. Ese sentimiento horrible estaba estrujando por completo su alma y esas lágrimas parecían ser el líquido que salía de ella ante esa tortura inacabable.

Caliel acarició con ternura el rostro de Elisa cerrando con cuidado sus ojitos. Las lágrimas brotaron con más intensidad derramándose sobre su piel y mezclándose con la lluvia que aparentemente también lloraba su muerte.

—Elisa... por favor, no me dejes —sollozó Caliel en casi un susurro mientras besaba la frente de la muchacha.

La observó allí, parecía dormida, parecía en paz, era ella, la misma que había contemplado dormir durante noches enteras. Parecía que iba a despertar en cualquier momento e iba a reír, a hablar, a saludarlo como siempre. Se quedó absorto en su belleza, en esas mismas facciones que conocía a la perfección porque las había memorizado noche tras noche. El dolor de su alma era tan inmenso que parecía no tener fin, y fue allí donde Caliel entendió que aquel sufrimiento era completamente proporcional a su amor que era tan intenso como su dolor.

No podía precisar cuándo había empezado aquel amor que hacía solo unos minutos se habían profesado abiertamente, una cantidad de imágenes de Elisa fueron apareciéndose en su memoria, siempre había tenido un corazón tan alegre y puro, tan bondadoso, que simplemente irradiaba luz a pesar de no ser un ángel. Ella era tan espontánea y tan fuerte, que le parecía una locura tenerla allí en sus brazos, muerta. Le parecía algo irreal, una pesadilla de la cual no pudo salvarla.

Se preguntó a sí mismo si acaso estaba recibiendo el castigo que se merecía por haber sido desobediente, si acaso si no hubiera elegido abandonar su divinidad ella seguiría con vida. Se sintió culpable, si hubiera seguido siendo un ángel él habría podido salvarla.

Entonces recordó la carta que el anciano les había entregado:

«Lo que debes saber es que el mundo espera por ustedes y nuestro futuro está en sus manos. Hablo del futuro de la humanidad y de los ángeles, hablo de la tierra y del cielo. Existe una profecía, Caliel; una que habla del fin y del inicio, una que habla de dos razas distintas salvando a la humanidad, una que habla de ti y de Elisa como esperanza para todos».

Ese hombre se había equivocado, ya no había futuro, ya no había mañana... Si aquello era cierto, no solo le había fallado a Elisa sino que había permitido que muriese y con ello, le había fallado a la humanidad entera.

«Sé que te sientes confundido, que no se suponía que las cosas fueran así, pero recuerda que no existen las casualidades y todo sucede por y para algo. Eres un ángel con cuerpo de humano y ella una humana con corazón de ángel. Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer. No se dejen engañar por los sencillos, el maligno intentará tentarlos; el hambre, el cansancio y la sed los confundirán. No confíen, el mal se esconde tras la máscara del bien».

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora