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La adrenalina que sus cuerpos producían al sentirse amenazados, en peligro, no era suficiente para alejar por completo el cansancio en sus huesos. Habían pasado días enteros sin comer ni dormir bien, habían estado asustados, en alerta, y aquello les había pasado factura ahora que se veían rodeados por una legión de sombras. Caliel y Elisa estaban abrazados, apoyados sobre una fría pared de piedra, indefensos... y aunque él recordaba muy bien cómo podía defenderse de esos demonios, no pudo evitar sentir miedo al ver la inmensa cantidad que eran. Y miedo era lo primero que debía evitar si quería ganar. Si temía significaba que dudaba, que no tenía fe, y aquello era inaudito en un ángel, por lo que sus dones angelicales se suprimían. Y aunque él no fuera ya un ángel, más temprano había comprobado que algo le quedaba de aquellas habilidades.

—Caliel...

La voz temblorosa de Elisa y el agarre apretado en su cintura lo hicieron reaccionar. Habían perdido la oportunidad de escapar y ponerse juntos a salvo, pero él no dejaría que los atraparan sin antes luchar hasta no poder más. Pelearía hasta el cansancio, hasta desfallecer, hasta morir si era necesario... pero no la dejaría desprotegida.

Depositó un beso en su frente y dejó los labios unos segundos más de los necesarios sobre su piel.

—Tranquila, saldremos de aquí.

Ante aquellas palabras los seres oscuros emitieron al mismo tiempo un sonido que pretendía ser una risa burlona, pero que sonaba más como un grito de auxilio desesperado que erizaba la piel de los muchachos.

—Qué ángel tan ingenuo. —Una voz siseante se burló.

—No es un ángel, ¿dónde están sus alas?

—Es un exiliado —continuaban los demás.

Caliel se removió ante todas aquellas acusaciones y se puso de pie colocando a Elisa tras él para intentar protegerla y esconderla de aquellos ojos vacíos.

—¿Qué quieren de nosotros? —inquirió con valentía.

De repente algunos de esos entes oscuros como humo y con ojos rojos como brasas se congregaron a su alrededor y comenzaron a girar y girar, mareándolo, confundiéndolo mientras siseaban en su oído, opacando su alrededor y robándole el oxígeno que ahora necesitaba para vivir.

—Es fácil —dijo una de las criaturas.

—Queremos tu luz.

—Queremos tu cuerpo y la puerta al cielo.

—Queremos la victoria que nos proporcionarás.

—Queremos nuestra profecía cumplida.

Caliel no sabía con exactitud cuántas eran las sombras que le susurraban al oído, pero todas sonaban igual: peligrosas, amenazantes y sedientas de poder. Sin embargo él no iba a permitir que nada de aquello sucediera. Si estaba en sus manos impedirlo, lo haría, por lo que prometió:

—Primero muerto.

Y tras aquella amenaza los demonios se echaron a reír al unísono. Aullaron burlas en coro mientras Elisa contemplaba todo aún con la espalda recargada en la pared, mientras observaba cómo Caliel parecía ir perdiendo su energía, poco a poco, como si el torbellino negro que tenía lugar a su alrededor comenzara a absorberla.

«Será un placer, ángel».

La voz de uno de aquellos seres resonó dentro de su cabeza y de imprevisto su cráneo comenzó a palpitar, como si una fuerza desmedida ejerciera presión desde dentro intentando romperlo, quebrarlo. Sus manos fueron a sostener su cabeza intentando mantenerla junta mientras hacía una mueca por la agonía. Sentía que iba a explotar en mil pedazos. Eso —aunado a las voces, aullidos y gritos que sonaban al mismo tiempo en su interior— logró que Caliel comenzara a gritar de dolor y cayera de rodillas, sabiendo que probablemente ese sería su fin.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now