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Elisa sintió que el estómago se le encogía al escuchar el tono serio de Caliel. Ese «tenemos que hablar» no le daba buena espina. Trató de mostrar un semblante sereno y asintió.

—Está bien, hablemos.

Dejó el pastel a un lado y le dedicó toda su atención al ángel. Este la miró durante un eterno par de segundos y Elisa se removió incómoda ante su mirada brillante. Era verlo a los ojos y sentir que la piel se le encendía.

—Tú sabes —dijo él sacándola de sus pensamientos— que las cosas ahora son más... difíciles que antes. Sabes que la humanidad ha ido perdiendo el rumbo y que, aunque nosotros estamos aquí para darles un empujoncito en la dirección correcta, la gran mayoría nos ignora. Es por eso que... —El sonido de la alarma local interrumpió a Caliel.

Elisa miró hacia la puerta aguzando el oído y su semblante confuso dio paso al terror. El sonido de los pasos de su madre corriendo hacia la cocina hizo que girara sobre su asiento y la mirara entrar luciendo igual de aterrada que ella.

—¿Es eso una...?

—Alerta roja —completó su madre, confirmado sus miedos.

Después de decir esas dos palabras no perdieron el tiempo. Cada quien fue a su habitación, tomó la mochila que guardaban para casos de emergencia y salió de vuelta al pasillo.

Elisa estaba comenzando a temblar. Había oído rumores acerca de la alarma —de los casos en los que sonaba— y en la escuela le habían advertido que ese sonido jamás se trataba de un simulacro. Sabía que debían salir de aquel lugar —si se podía alejarse lo más posible hasta los límites de la ciudad—, pero estaba comenzando a entrar en pánico y así no podía pensar con claridad.

—Elisa. —La voz de Caliel captó su atención. Parecía aterrorizado—. Tienen que salir de aquí. ¡Ahora! —agregó al ver que la muchacha no se movía.

—Pero...

—¡Sal, ya!

Elisa miró hacia el pasillo donde se encontraba la habitación de su madre. Ana todavía no salía.

—¡Mamá! —Un ruido sordo comenzó a vibrar a su alrededor y Elisa tuvo en miedo. Entonces el suelo, las paredes, el techo, todo comenzó a sacudirse—. ¡Mamá! —la llamó con más fuerza.

Tuvo que sostenerse de la pared porque no podía sostenerse sobre sus pies. En aquel entonces Ana asomó su cabeza por el pasillo e intentó caminar hacia su hija.

—¡Sal de aquí, Elisa! ¡Iré atrás de ti!

La oscilación del piso estaba tornándoles imposible poder dar un paso tras otro, pero lo intentaban. Los cuadros con fotografías estaban comenzando a caer al suelo, las ventanas se sacudían con fuerza, las puertas de la alacena se abrían y cerraban aumentando así su miedo, pero lo peor de todo fue al ver que del techo comenzaba a caer polvo. Elisa se atrevió a elevar la mirada y vio que comenzaba a agrietarse con rapidez. Si no salía rápido de ahí la casa les caería encima. Literalmente.

Elisa buscó a Caliel a su alrededor, pero no lo encontró. Jamás había estado tan asustada en su vida. El corazón le latía a mil por hora mientras intentaba sin éxito avanzar hacia la salida. Tenía el presentimiento de que iba a morir. Sentía que ese sería su último día en el mundo.

Habían transcurrido escasos segundos desde que el temblor había comenzado, pero ella los había sentido larguísimos. Sentía que tenía horas atrapada ahí en esa casa que, aunque antes le había dado seguridad, ahora sentía una trampa mortal.

«Por aquí, Elisa».

Entre el ruido a su alrededor y el de su cabeza aterrorizada escuchó la voz de Caliel. No podía ver más que una neblina rodeándola, pero entonces, frente a ella, apareció una tenue luz... y Elisa la siguió convencida de que era su ángel protegiéndole, mostrándole una salida. Le costó mucho avanzar. Varias veces pensó que caería, pero una fuerza la impulsó a seguir intentando y al final logró llegar a la puerta.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now