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—Tenemos que irnos de aquí —dijo Elisa retirando su mano del pecho de Caliel.

Este la vio confuso, pero no se atrevió a cuestionar nada. Él no sabía qué era lo que estaba pasando, pero Elisa le había dicho antes que cuidaría de él, que sería su guardiana... y si ella que entendía la situación en la que se hallaban, decía que debían irse de aquel lugar, entonces él no pondría en tela de juicio su decisión.

—Está bien... —Se puso de pie en un fluido movimiento y caminó tras la chica cuando esta hizo un gesto para que la siguiera. Entraron en silencio por un pasillo, dieron vuelta a la derecha y solo entonces Caliel se dio cuenta de la bolsa que ella cargaba en la mano.

—Tenemos que conseguir comida y entonces nos marcharemos.

Elisa lo miró por encima del hombro y Caliel asintió para hacerle ver que había escuchado, pero... sentía que estaba mal. Algo dentro de él le decía que tomar cosas de los demás sin permiso no era bueno, sin embargo no cuestionó las acciones de la chica.

«Ella me cuida».

Elisa comenzó a meter latas y cajas de alimentos dentro de aquella bolsa tan amplia que el hombre le había dado y cuando sintió que ya llevaba más que suficiente —y tras asegurarse de no dejar a los demás sin provisiones— le indicó a Caliel el camino que debían seguir para dirigirse al bosque más cercano. Aquel hombre le había dejado bien claro que debían irse a un lugar de preferencia apartado de la sociedad, puesto que ahí los demonios no acechaban en busca de víctimas y, aunque tenía sus dudas, aquel individuo parecía saber demasiado —más que ella incluso— por lo que estaba dispuesta a correr el riesgo y confiar en él.

—Por aquí. —Elisa tomó a Caliel por la muñeca y él se sorprendió al sentir un cosquilleo ahí donde su mano lo rodeaba—. Debemos darnos prisa.

Los pasos de Elisa eran grandes y rápidos, pero Caliel no tardó en seguirle el ritmo. Teniendo en cuenta que él era más alto —y por ende sus piernas más largas— muy pronto fue Elisa la que tuvo que apretar el paso para mantenerse a su lado. Fueron largos minutos los que caminaron a prisa sin detenerse a descansar ni un segundo. Elisa quería alejarse lo más posible de aquella caótica realidad, de su triste existencia, en donde ya no tenía a nadie más que a Caliel.

«Puede que mi mente no te recuerde, pero mi alma siempre lo hará».

Las últimas palabras que había dicho antes de caer inconsciente y perder su divinidad seguían repitiéndose dentro de su cabeza una y otra vez. No podía sacarlas de su cabeza. No podía dejar de pensar en lo que quedarse a su lado le había costado. Miró disimuladamente hacia sus manos unidas y se preguntó qué era lo que pensaba. No pudo evitar sonreír al verlo mirar alrededor hacia el cielo clareando y los árboles que se volvían más frondosos mientras más se alejaban de donde habían estado. Seguía explorándolo todo. Ya no era aquel Caliel conocedor de los secretos del universo y las verdades divinas, ahora era solo un chico —uno muy apuesto— que tenía la curiosidad de un infante.

Tuvieron que detenerse al Elisa sentir que los pulmones le colapsarían. Jadeaba en busca de aire debido a su mala condición física y tuvo que tomar asiento bajo la sombra de un árbol para intentar recuperar el aliento; el sol ya brillaba en lo alto del firmamento. Caliel se sentó en silencio junto a ella poco después.

—Agua —rogó estirando su mano hacia el bolso que él portaba. Caliel le tendió el objeto y ella de inmediato sacó un termo lleno de agua. Comenzó a tomarla en grandes tragos sin importarle que el líquido se escurriera por las comisuras de su boca. Estaba sedienta, cansada y triste; solo quería tumbarse ahí y dormir toda la eternidad, sin embargo Caliel... no podía dejarlo a su suerte. No cuando él no la había abandonado, cuando él no había hecho más que estar ahí para ella, ayudarla, aconsejarla...

Sueños de CristalKde žijí příběhy. Začni objevovat