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Club de juego Los Siete Pecados, Londres, 1817

Los Siete Pecados era una afamada casa de juego construida sobre los cimientos de un antiguo tugurio. Una enorme mansión de dos plantas con una arquitectura bastante simple hasta que uno se encontraba con la entrada del conocido lugar: la fachada principal era una copia de un antiguo panteón griego, mandado construir por encargo de la mismísima dueña. Contrastaba en gran medida con el resto de los edificios de alrededor, haciéndolo destacar ante todos como la casa del pecado original.

La ciudad de Londres se había ido expandiendo a lo largo de los años, y ese noble lugar dedicado a tentar a los hombres había sido establecido en una zona que constituía una fina línea entre la aristocracia y el proletariado. A pesar de ello, innumerables nobles preferían la asistencia a ese notorio club que a sus tradicionales reuniones de ocio.

Todos aquellos que fueran lo suficientemente ricos y atrevidos podían adentrarse en el pecaminoso mundo del Diablo y participar en sus juegos. Eso sí, debían atenerse a sus reglas...

Camila Sin observaba desde su oscuro escondrijo en la planta superior a los excéntricos personajes que entraban por la puerta de su establecimiento sin que éstos se percataran de ello. Lores barrigudos colmados de dinero, jóvenes ricos con sueños de grandeza, viudas escandalosas en busca de un nuevo amante, meretrices con la misión de atrapar a otro incauto benefactor... Todos ellos eran bienvenidos a un club pecaminosamente caro donde nunca había límites, con una única excepción: los tramposos.

No es que le molestara que algún necio joven o algún viejo adinerado intentaran hacer fortuna de esa forma, pero los rumores de la presencia de estafadores traían muy mala reputación a las casas de juego, por lo que, si algún valiente se atrevía a intentar timar a alguien en su club, Camila le daba una lección desplumándolo y prohibiéndole la entrada de por vida.

Para estar segura en todo momento de que nadie ensuciara el nombre de Los Siete Pecados, Camila tenía ojos por todas partes, hombres que continuamente observaban a los jugadores e informaban de lo que ocurría en el establecimiento.

Pocas veces se adentraba en su club a la vista de otros, pero siempre que lo hacía era para dar una lección a algún que otro ingenuo que se creía el mejor jugador.

Hacía mucho tiempo que ella ya no jugaba por placer o diversión. Con tan sólo veintiséis años había conseguido cumplir su sueño de construir el mayor y más famoso club de juego de Londres, pero eso ya no la divertía.

La señora Sin no tenía rival alguno en el juego.

Era mortalmente aburrido ganar siempre, y las mujeres ya no representaban ningún reto para ella: todas se arrojaban a sus brazos, ya fuera por su atractivo o por su dinero. El hecho de que careciera de título no parecía desalentarlas, sino que más bien las animaba a probar cómo sería compartir la cama con una persona que había pertenecido a lo más bajo de la sociedad. Parecía que desde hacía algún tiempo su vida consistía en observar cómo otros disfrutaban de los placeres que a ella ya no la deleitaban.

—Buenas noches, hermana —la saludó Sofia Sin mientras irrumpía bruscamente en la estancia, sacándola de su estado de eterno aburrimiento.

—¿Qué te trae por aquí, Sofia? ¿Algún otro de tus sucios negocios? —respondió amargamente Camila, disgustada por el rumbo que su hermana había tomado finalmente en la vida.

—No te preocupes. No osaría ensuciar tu virtuoso club con mis actividades delictivas —repuso Sofia, molesta por el comportamiento de su hermana pequeña mientras se servía uno de sus preciados licores—. He entrado por los pasadizos para que nadie me vea en tu querido establecimiento. ¿Contenta?

Jugando con una tramposa #3 ♧Camren G!PTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang