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Camila trataba de serenar su ánimo mientras se dirigía hacia El Jabalí Verde, un mugriento local escondido en los inmundos callejones cercanos a los muelles, donde los marineros se deshacían de los desperdicios de los barcos en los que trabajaban. Todo estaba demasiado calmado en la calle, a excepción de las risas y las bravatas de los hombres que se hallaban en la taberna.

Por los gritos ansiosos pero aún poco subidos de tono, Camila supo que todavía no había comenzado la fiesta en el cochambroso lugar. Lauren no se hallaba en peligro inmediato, pero ¿durante cuánto tiempo se prolongaría el ocioso descanso de esos borrachos hasta que recordaran que tenían un bonito presente con el que jugar, a pesar de que no les perteneciera? Porque Lauren era suya, y todos los maleantes y los timadores de los suburbios lo sabrían antes de que la noche terminara.

El Diablo intentó una vez más pensar racionalmente y olvidarse de las numerosas escenas que pasaban por su mente y que tenían relación con lo que podría haberle sucedido a su pequeña tramposa. En la puerta de la taberna repasó lo que necesitaría para sacar a Lauren ilesa de allí: gente. Necesitaba gente que la ayudara a retener a esos hombres que se habían atrevido a tocar a su mujer, a darles una lección para que nunca olvidaran su nombre ni de lo que era capaz por defender lo suyo...

Observó con atención a los impresentables personajes que rodeaban el lugar: prostitutas, ladrones, matones, maleantes y algún que otro sucio marinero. Honrados y no tan honrados, todos y cada uno de ellos le servirían.

Camila miró hacia el cielo y, en la infinita oscuridad de esa noche, dio gracias a Dios por que todos conocieran y temieran su mala reputación y la de su hermana. Por una vez, su mal nombre le serviría para algo más que para espantar a algún deshonesto competidor en su trabajo. Después, bajó la cabeza y se dispuso a hacer lo que los rumores difundían acerca del Diablo: tentar a todos y cada uno de los presentes para que hicieran lo que ella pidiera en el momento en que lo solicitara.

—¡Eh, ustedes! ¿Saben quién soy? —preguntó despreocupadamente a una decena de maleantes que descansaban a un lado de la cochambrosa taberna.

—Si eres una persona rica que quiere divertirse, será mejor que vengas conmigo, ricura. Ellos son algo peligrosos —advirtió melosamente una no tan joven prostituta que ocultaba su maltrecho rostro tras unas escandalosas capas de maquillaje.

—En estos instantes no quiero divertirme, quiero vengarme, y todo aquel que quiera ayudarme será bienvenido —indicó Camila  abriendo sus brazos con un gesto teatral que llamó la atención de los hombres.

—¿Y por qué crees que te ayudaremos? —preguntó un borracho al tiempo que se rascaba su sucia cabeza.

—Porque todos me conocen, y los que no, han oído hablar de mí. Incluso alguno de ustedes seguramente habrá hecho circular algún que otro rumor sobre mí en su propio beneficio. Pues bien, ¡aquí me tienen! —anunció el Diablo.

—¿Y quién narices te crees que eres? —preguntó uno de los rufianes dirigiéndose amenazadoramente a ella.

—¡Es el Diablo, la que tiene ese lujoso club de juego! ¡La que hace apuestas indecentes...! —exclamó entusiasmado un imberbe harapiento, deteniendo así el avance del individuo, que retrocedió temeroso y asombrado.

-¿En qué puedo ayudarla? —preguntó eufórico el chaval a continuación dirigiéndose a Camila.

—¿Eres rápido? —lo interrogó, observando con atención a su joven voluntario.

—¡El más veloz! ¡Nunca jamás nadie ha podido atraparme!

—Bien, entonces me servirás. Haz correr la voz de que daré diez libras a cualquiera que me ayude a retener a los hombres que se encuentran en estos instantes en El Jabalí Verde. No pediré a nadie que mate por mí, pero el modo en que los retengan me es indiferente.

Jugando con una tramposa #3 ♧Camren G!PWhere stories live. Discover now