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La partida comenzó al mediodía, cuando el libro de inscripciones estuvo cerrado y cada uno de los participantes se hubo deleitado con un jugoso desayuno. Dieciséis mesas fueron ocupadas después de que la mano supuestamente inocente del anfitrión decidiera mediante el azar de un simple papel la mesa a la que cada uno sería asignado.

Había cuatro categorías, y cuatro mesas en cada una de ellas: corazones, diamantes, tréboles y picas eran los distintos rangos de los jugadores. Lauren y Camila quedaron bajo la mano caprichosa del destino y la suerte decidió ser benévola con ellas agrupándolas en distintas posiciones. Lauren jugó en la segunda mesa de diamantes, mientras que Camila fue a la primera de tréboles. El arrogante y temido Dean Alistair se hallaba en la cuarta mesa de picas, por lo que no sería rival para ninguno de ellos hasta que pasaran a la última ronda.

A lo largo de la mañana, las apuestas subieron como nunca lo habían hecho en ninguna casa de juego. Aquella partida era la excusa idónea para que muchos hombres se comportaran impulsivamente. Algunos de los lores que llegaron con espléndidos carruajes y hermosas joyas se marcharon con lo puesto, mientras que otros se hicieron con grandes sumas de dinero que nunca habrían conseguido en ningún club de juego, ni siquiera en la pecaminosa morada del Diablo. Los listos abandonaban la partida cuando las apuestas comenzaban a calentarse, los intrépidos se arriesgaban y los ineptos lo perdían todo.

Las reglas eran muy claras y habían sido explicadas al inicio del juego: nadie podía apostar lo que no tuviera en esos instantes en su poder, no eran válidos los pagarés, y ningún tramposo era admitido en ninguna mesa. Esa última era una regla un tanto estúpida, ya que nadie se arriesgaría a ser linchado por sesenta y cuatro ávidos jugadores deseosos de ganar.

Tras horas de juego, en las que los más débiles caían de rodillas ante la pérdida de su fortuna y su orgullo, sólo quedaron dieciséis jugadores en pie. Los cuarenta y ocho restantes abandonaron rápidamente el lugar. Algunos contaban su dinero, otros lloraban su desgracia, pero ninguno de ellos volvió la vista atrás cuando abandonaron la mansión de los Collins.

Los jugadores que habían tenido la fortuna de ser los vencedores y llegar hasta ese punto disfrutaron del bufet con jugosos manjares bajo la atenta mirada de lord Collins, el cual los agasajaba con bebidas y mujeres. El anfitrión los evaluaba a todos y se divertía con las obscenas pullas con las que más de un caballero apuñalaba a otro con tal de alterar el ritmo de su juego.

—Cuidado con Aaron Golden. Es muy bueno e intentará poner un fin drástico a tu juego. Invéntate un tic antes de perder, algo descarado, y mantenlo hasta el fin de la partida —susurró Camila a Lauren, acercándose discretamente a ella.

—Sí, ya había pensado en eso. No hace falta que estés tan pendiente de mí. Tú y yo sabemos que de aquí los únicos buenos jugadores somos tú y yo.

—No subestimes al enemigo, ésa es siempre la primera razón por la que caen los grandes hombres... —aleccionó Camila a la joven, quitándole la copa de licor con la que se deleitaba.

—¿Y mujeres? —preguntó ella, recordándole que sus vestimentas tan sólo eran un disfraz.

—Sin duda alguna, las mujeres también han caído, lo único que ellas lo hacen con más gracia —bromeó ella, bebiéndose la copa de su taimada tramposa—. No bebas nada. Después de todo, el licor no te sienta bien —señaló.

Lauren se sonrojó rememorando la pasada noche, pero muy pronto recordó dónde se encontraban y ocultó su rubor tras una mirada de irritación.

—¡A ti tampoco te habría sentado bien la copa que me tomé anoche!

—No, y a diferencia de ti, yo habría sufrido todo el tiempo, porque no creo que tú, mi querida tramposa, hubieras hecho nada para remediarlo —comentó Camila despreocupadamente.

Jugando con una tramposa #3 ♧Camren G!PWhere stories live. Discover now