Capítulo 1

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MAX POV

—¡Corre! —David grita a todo pulmón.

Al instante nos movemos en manada y otros se esparcen en la noche. Nuestros contrincantes desaparecen en dirección contraria y nosotros cogemos velocidad a cada paso, empezando la carrera para lograr salvar nuestros traseros del sonido de la patrulla acercándose a cada segundo detrás de nuestras cabezas.

Corro como si el mismo diablo me estuviera persiguiendo. En realidad, si lograban atraparme una vez más, estaba seguro de que mi madre se convertiría en uno. No sería la primera vez.

Cansado más que nunca antes, con mis amigos hacemos nuestra entrada dentro de los tantos barrios cerrados, hogar de familias adineradas que poseen su propia seguridad, y caminamos más tranquilos, escuchando el sonido del camión de patrulla alejándose en la distancia.

Este plan siempre funciona. Ellos nunca se molestan en adentrarse dentro de este tipo de barrios, pues sus cerebros lejos de trabajar con inteligencia, no son capaces de imaginar que aquí entrarían más que un par de adolescentes revoltosos para despistarlos lejos.

Transitamos frente a viviendas una más grande que la otra, autos lujosos, Mercedez, BMW, Lamborghini aparcados en las veredas de los domicilios como si nada. Ningún hogar posee rejas de protección, haciendo mucho más fácil el trabajo para que cualquier persona desconocida o algún ladrón, invadiera la propiedad.

Claro, no que yo estuviera pensando en invadir propiedad privada, no iría tan lejos. Me considero rebelde y un tanto estúpido en ocasiones, pero al menos tengo sentido común. Al segundo, una idea entra en mi cabeza… sí, eso sería malditamente divertido.

Salto ágilmente un Mercedes Benz Gama color rojo que se encuentra en mi camino y estiro su pequeña estrella delantera de tres puntas, símbolo de la marca del automóvil y la guardo en mi bolsillo. La metería en la bolsa que lleva Chad en su mano pero este auto en particular me llama la atención, vaya a saber por qué.

Mis zapatos golpean el cemento bajo mis pies y escucho las risas destartaladas en forma de hienas locas de mis amigos al arrancar los emblemas de los coches ostentosos. Pagaría un millón de guaraníes tan sólo para ver las expresiones de los dueños de dichos automóviles al notar que lo más preciado de sus vehículos ha desaparecido. Somos así de estúpidos.

 El viento empuja mi gorro hacia un lado, levanto mi mano y lo atajo para evitar que salga volando. Ubico la gorra de manera que la  visera quede en la parte posterior de mi cabeza para que contenga a mi cabello que está más largo de lo usual y evite que escape en todas las direcciones posibles.

Al cabo de lo que se sintió un kilómetro de tanto caminar —estoy seguro que no fue tanto—, coloco ambas manos sobre mis rodillas, sintiendo bajo mis dedos el rajón en mis pantalones. Inhalo aire bruscamente para estabilizar mi irregular respiración; enciendo un cigarrillo y aspiro de un tirón.

Humo inunda mi boca al igual que mis pulmones y empiezo a toser fuertemente. La mano de uno de mis amigos golpea mi espalda, desestabilizando mis pies del suelo y dejándome caer de rodillas sobre el asfalto.

Me giro y observo la oscura noche. Humo blanco fluye de mi boca y de entre las aletas mi nariz en chorros, desapareciendo en la negrura del cielo. Vuelvo a inhalar otra vez, fantaseo con el rostro comprimido de los dueños de aquellos autos y empiezo a reír desmedidamente. Soy tan idiota. Y al mismo tiempo, un condenado genio en extinción.

—Oh, hombre —dice David serenando su respiración— Eso fue perfecto.

—¿Dónde están? —pregunto poniéndome difícilmente en pie con el cigarrillo entre mis labios.

Él es malas noticias!Where stories live. Discover now