20. There's no place like home

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Hace un frío de cojones. 

La escarcha se acumula en los ventanales y al rebotar las luces de navidad que inundan las calles dibuja extrañas figuras sobre la mesa de madera maciza.  

El efecto es hipnótico. 

Pero probablemente esa no sea la razón por la que Luis lleva una media hora larga sin enterarse de nada de lo que se dice en la reunión. 

Tampoco es que se vaya a decir nada importante. Es la reunión que tiene que tener con Warner siempre que se acerca el final de su contrato con Universal, para que estos sepan que ha tenido esa reunión y no se pongan demasiado pejigueros en la negociación. 

Es esencial que vaya él personalmente, en lugar de dejar que Miquel las maneje como haría habitualmente para darle cierto viso de credibilidad. 

Pero al final, piensa repitiendo el patrón de las luces de la ventana con la cucharilla del café, Universal lo sabe, Warner lo sabe y él desde luego que lo sabe. 

Aunque probablemente debería prestar algo de atención. No vaya a ser. 

Escucha un carraspeo de Miquel y cuando se gira hacia él y ve su cara de frustración se da cuenta de que probablemente no es la primera vez que intenta llamar su atención. 

Menea la cabeza y descubre cuatro miradas concentradas en él. Esperando una respuesta. 

Disimula su momento de pánico y lanza una furtiva mirada a su representante que mueve las pupilas de un lado a otro dándole una pista de lo que debe decir. 

- Estooo- carraspea intentando que parezca que sepa de lo que está hablando- Yo diría que no. 

La reunión no dura mucho más. Se despiden cordialmente entre promesas de comidas conjuntas que tardarán en cumplirse.  

Luis intuye en la mirada de Miquel una bronca en su futuro próximo por su estado de distracción en  general y en esta reunión en particular, así que finge coger una llamada de teléfono y sale de la sala de reuniones a toda prisa. 

Sigue con el teléfono pegado a la oreja hasta alcanzar la salida y se disculpa encogiendo los hombros con todos los que intentan llamar su atención por los pasillos.

Sabe que en las últimas dos semanas no ha sido muy productivo. Se lo ha dicho Miquel, se lo ha dicho David y hasta su madre le ha remarcado que parece empanado en varias conversaciones telefónicas. 

Para ser justo no son dos semanas aún, son diez días, doscientascuarenta horas o, lo que es lo mismo, catorcemilcuatrocientos minutos. Por si alguien está llevando la cuenta. 

Él lo hace. 

Hace todo ese tiempo que se abrió en canal en un correo electrónico pidiéndole a Aitana que volviese con él. O a él. 

Exactamente lo que había jurado no hacer jamás. 

Y ahora que a su proposición le han seguido ochenta y seis mil cuatrocientos segundos de silencio, recuerda porque hizo semejante juramento.

El frío le azota la cara en cuanto pone un pie en la Castellana y se abrocha la chaqueta hasta la barbilla. 

No está muy seguro de cuanto del mal cuerpo que tiene últimamente se debe al aire helado de la meseta y cuando lo lleva el dentro,  en los huesos. 

En el alma. 

Ni una palabra. Ni una sola letra. 

Un simple sms para informale de que no está interesada. Gracias, pero no, gracias. 

Cambio de rumboWhere stories live. Discover now