2. It really was no miracle

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Luis lo ha contado varias veces. Les separan diez filas. 

Clase turista de clase preferente. 

Una metáfora de sus carreras y tal. 

Le parecería una ironía deliciosa si no estuviesen bien jodidos en ese momento. 

Por supuesto él puede pagarse un billete en preferente, pero suele parecerle un gasto absurdo salvo que vaya a hacer un vuelo más largo. 

No es de los que se ponen nerviosos al volar. Todo lo contrario, desde muy pequeño le parece fascinante el mecanismo que hace posible que esa bestia de toneladas se despegue del suelo con tanta elegancia.

Claro que, en ese precios instante, no hay pizca de elegancia en los tumbos bruscos que hacen que la mujer que tiene sentada a su lado se esté poniendo de todo tipo de tonos interesantes de verde. 

Pero la atención de Luis no está en el más que probable vómito de su vecina de asiento sino en la parte superior de una cabeza que apenas se intuye en uno de los asientos de preferente. 

Supone que sigue poniéndose histérica en los viajes en avión. 

De la decena escasa de trayectos que compartieron en su relación, recuerda el labio inferior atrapado entre los dientes hasta provocarse sangre y las uñas clavadas en las propias palmas de su mano. 

Por su mente pasa fugaz el recuerdo de cómo solía contarle los peores chistes que se le podían ocurrir para distraer su atención en el momento de despegue y en el aterrizaje que era los que la ponían más nerviosa. 

Pero es mucho suponer. Hace tiempo que no comparte trayecto y puede que con miles y miles de kilómetros de vuelo a sus espaldas, ahora pueda volar sin necesidad de autolesionarse. 

Por lo que sabe de su vida, sin embargo, es posible que lo de infligirse daño a si misma sea una mala costumbre que siga vigente. 

Hay una parte de su cerebro, diminuta ya, que siente la tentación de acercarse y contarle un chiste estúpido. 

Pero ya hace un tiempo que se ha vuelto muy bueno enterrando a esa vocecilla molesta y solo la deja salir a paseo cuando la mezcla con ron. 

Solo y con hielo por favor. 

Hay otra parte, más racional, la que le ayuda a mantenerse a flote, que maldice a su hermana por la idea peregrina de reclamar su presencia en Munich y a si mismo por escoger ese vuelo precisamente. 

Una turbulencia especialmente violenta hace que incluso él apriete el reposabrazos con más fuerza de la necesaria y siente, más que ve a la mujer que tiene al lado precipitarse hacia la bolsa de papel. 

Un par de tumbos más y una baja brusca más tarde, Luis está seguro de que en cualquier momento las máscaras de oxígeno caerán delante de ellos. 

Cualquier que haya visto un par de películas o series sobre catástrofes aéreas, sabe que ese es precisamente el momento en todos son conscientes de que van a morir. 

Tendría narices que después de tantas idas y venidas Aitana y él vayan a morir al mismo tiempo. 

Una macabra versión de Hasta que la muerte les separe, excepto que la parca en lugar de separarles, tendrá la extraña cualidad de unir sus nombres para la eternidad. 

El día que la música murió. 

Aunque ellos no son Buddy Holly y Ritchie Valens claro. 

Es probable que en un par de semanas nadie se acuerde de ellos y, mucho menos, les dedicarán una canción. 

Cambio de rumboWhere stories live. Discover now