Amarga injusticia

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El cielo se tiñe con las hermosas tonalidades que el amanecer trae consigo. Los primeros rayos impactando en el rostro de la titánide que respira con calma el aire de un nuevo día, un día libre. Las aves cantan una hermosa melodía surcando el vasto cielo del monte Otris, produciendo una sonrisa risueña en la mujer.

Las gotas de agua trazan un camino en el esbelto cuerpo de la titánide de la destrucción y los abismos. El recien baño despojandola de los restos de sueño que había tenido por una noche muy entretenida. La delgada tela de su vestido adhiriéndose en los restos de humedad que posee su piel. Imitando con un tarareo el canto de las aves se encamina a la puerta del baño, deteniéndose al ver aquella cosa nueva que muestra su reflejo sobre el espejo.

Chasquea la lengua apartando con rapidez la mirada, la herida aún duele.

—Tu exterior es irrelevante cuando tu alma goza de belleza— esboza el fantasma de una sonrisa, la piel lastimada de su mejilla doliendo por el simple gesto.

Cada día, como si fuera algún tipo de ritual, dice esas palabras frente a su reflejo. La batalla fue difícil y dejó daños irremediables en ella y toda su familia, sin embargo, siempre supo que no había nacido para ser simplemente alabada por su belleza. No, ella siempre ha sabido que tiene el poder para dejar una gran huella entre sus hermanos y familiares, siempre ha conocido su lugar en este universo.

Los pasos calmados la guían a aquella recamara donde comparte las mas hermosas confesiones de amor con la luz de su vida. La cama acogiendo con sus mantas el tibio cuerpo de la criatura más hermosa que la titánide haya visto, aquella que ahora se remueve con incomodidad tratando de encontrar la posición perfecta. Las largas hebras de su cobrizo cabello descansando con rebeldía sobre las almohadas.

La titánide sonríe con dulzura ante la imagen, caminando hasta la cama para tomar asiento en el borde de esta. Con sus delicados dedos trazando suaves caricias sobre la piel de su sonrosada mejilla.

—Odette...— la llama en un susurro, evitando asustarla con aquella acción—Vida, ya amaneció y sabes que debemos ir a la hermandad.

La Erea suelta un bufido, cubriendo su rostro de forma inconsciente en un intento por recobrar el hilo del sueño.

—Eres la comandante, puedes darme el día libre— la titánide gira sus ojos bicolor al escuchar el pequeño gruñido que su compañera produce.

—Podría hacerlo, solo que este es nuestro primer día luego de liberar al mundo de la tiranía de mi hermano— pincha su oreja de forma desprevenida.

Odette eleva una de su mano tratando de buscar a ciegas el rostro de la mujer. Al encontrarlo deja leves caricias sobre el, la titánide ahogada un quejido cuando esta sin querer roza la cicatriz de su herida.

—Eres mala, Morgana— se queja al tiempo que toma asiento en la cama, guiando su mirada al rostro de aquello mujer frente a ella.

Morgana corre la vista con sutileza, sin admitir que muy en el fondo se avergüenza de su apariencia. La pelirroja le regala una enorme sonrisa al deducir lo que su pareja siente, sosteniendo su mano contra las de ella.

»Te amaría hasta después de la muerte. No existe o existirá algo que pueda cambiar mis sentimientos hacia ti, eres con quien deseo pasar mi eternidad y por quien moriría de ser necesario. Las palabras no le hacen justicia a mi amor por ti, eres mi vida y razón de existir, así que nunca dudes de la pureza de mis sentimientos porque nunca van a cambiar.

La titánide acerca el rostro a la palma de su mano, buscando esa muestra de afecto. Sintiendo en cada parte de su cuerpo corrientes eléctricas.

—Me enamoré de mi creación— Odette sonríe, viendo como a pesar del dolor Morgana igual lo hace.

La Hermandad Del Alba (DDA #2)Where stories live. Discover now