Capítulo XLIX

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Miré a través de la ventana, los rayos de sol cubiertos por las nubes grises le daban al día un toque de nostalgia, podía ver mi rostro reflejado en el vidrio, pero casi podía jurar que no era yo, no se parecía a mí ni se sentía como yo, tenía el cabello envuelto en una toalla, acurrucada abrazando una almohada como si aferrarme a esta me ayudara a no perderme en mis pensamientos que cada día eran más lúgubres y melancólicos, desgarradores.

No solía llover en esta época del año, sin embargo, el cielo lloraba con fervor y tristeza la pérdida de aquel día, lloraba por mí porque yo ya no tenía más lágrimas por derramar, estaba vacía, de cuerpo y alma.

Me levanté de la cama con tal morosidad que se me hizo eterno, sentí como abandonar el calor de esta me desmoronaba el corazón pedazo por pedazo con una lentitud amarga y dolorosa, me dolía la cabeza, me dolía el cuerpo, me dolía la cara, me dolían los huesos, me dolían los músculos pero me dolía más el corazón, un dolor gélido y lacerante.

Me quité la toalla de la cabeza y me senté en el pequeño peinador de la habitación, miré la mesa por varios segundos con temor de mirar mi reflejo en el espejo, no lo había hecho en mucho tiempo y no quería hacerlo, suspiré una y otra vez con las lágrimas fantasma queriendo salir por mis ojos cada vez que recordaba lo sucedido aquel día, finalmente tomé el valor de no sé dónde para levantar la vista y me vi, pero tenía razón, no era yo, la piel se me veía pálida y marchita, un rostro enmarcado por la tristeza con los ojos rojos, achicados, hinchados, hundidos y apagados, los labios secos y el alma vacía. No supe cuánto tiempo duré mirando mi reflejo, pero con cada segundo que pasaba podía verme decaer un poco más a tal punto que creí que pronto iba a verme los huesos del cráneo. Estaba completamente perdida.
Luego de varios segundos que parecieron horas tomé el cepillo que descansaba sobre la mesa y comencé a pasarlo por mi cabello, cepillando con delicadeza, sintiéndome cada vez más alejada de la realidad mientras el cepillo desenredaba los nudos de mi cabello, tomé el maquillaje de la mesita y lo esparcí por mi rostro sintiendo que cada vez que hacía algo por arreglarme mi alma me abandonaba un poco más.

Volví a quedarme pasmada mirando mi reflejo, mirando a través de mis ojos vacíos y oscuros el dolor que había en mi interior, un dolor desgarrador, corrosivo, desolador, amargo, apesadumbrado, desconsolador, me dolía en todo el ser, en toda el alma, en todo el espíritu, estaba seca de tanto llorar y me frustraba no poder sacar tales sentimientos de mi interior, quemaban cada fibra de mí con vigor, estaba harta de vivir un infierno tan horrendo como el que había estado viviendo desde aquel entonces.

Escuché unos pasos delicados aproximarse, le vi asomarse por la puerta y soltar un suspiro con pesadumbre antes de hablar.

—Kelsey, vamos, es hora.

Era la tercera vez que venía a avisarme que teníamos que partir, que ya era hora, pero yo no estaba lista para irme, no estaba lista para verlo por última vez, no estaba lista para dejarlo ir. Habían pasado casi dos días desde aquello, y aún me encontraba en un trance, casi siempre me sentía vacía y alejada de la realidad, pero había veces en las que caía en cuenta de que se había ido y el corazón se me partía en pedazos, pedazos que parecían cuchillas afiladas que se me enterraban una y otra vez en el alma, que me acuchillaban cada parte del cuerpo, me derrumbaban, lloraba con tanto dolor y tanto pesar que se me comprimía cada parte en mi interior, lloraba tanto que pensé que en algún momento iba a llorar toda la reserva de lágrimas que tenía destinadas para que me duraran toda la vida y creo que lo hice, porque cada vez que me volvía a derrumbar sólo salían gritos y sollozos de pesadumbre, pero ya no tenía lágrimas para dar.

Me miraba desde el marco de la puerta intentando mantenerse fuerte lo más posible por mí, todos lo hacían, pero sabía que también estaban devastados, con un vacío atormentador en su interior, desgarrador y doloroso. Avanzó con cautela dentro de la habitación y me tomó con delicadeza de los brazos, me ayudó a levantarme de la silla y me sostuvo con firmeza pegada a su cuerpo, porque sabía que en cualquier momento me iba a derrumbar.

CustodioWhere stories live. Discover now