Capítulo XXXII

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Llevábamos casi cuatro horas en la cena, el cielo ya estaba completamente oscuro y el lugar estaba a reventar, jamás había visto a tantas personas mayores juntas en mi vida.

—Me asusta que sólo conozco las palabras "mantequilla" "arándanos" y "postre" —señaló—, ¿aquí dice asiáticas? ¿Qué es esto?

Comencé a reír y me acerqué a leer la carta que me mostraba, fruncí el ceño con desagrado, la comida elegante siempre es desagradable.

—Creo que hay que pasar directamente al postre.

Asintió.

—Creí que no lo dirías.

Regresó la carta de nuevo a la mesa y se giró a mirarme.

—¿Hay algo que quieras decirme? —arqueó una ceja.     

—¿Por qué lo dices?    

—Porque llevas toda la noche mirándome con tus ojos de "quiero decirte algo".

Reí. Tenía razón, sí quería decirle algo, quería agradecerle por la sudadera, preguntarle por lo que me dijo Franny, preguntarle por Tessa, hablar sobre qué haría ahora que se iría, preguntarle por qué no se despidió... tantas cosas que no sabía por dónde empezar.

—Gracias por la sudadera —dije al fin.

Una sonrisa se extendió en sus labios. Es increíble ver como una simple sonrisa puede iluminar tan bonito el rostro de una persona.

—No fue nada —pasó la lengua por su labio inferior—. Quizá ahora por fin recapacites con eso de apoyar a los Patriotas.

Abrí la boca con indignación.

—Si recapacitara, los Steelers serían mi última opción.

Ahora fue él quien abrió la boca.

—No puedo creer que dijeras eso.

Rodé los ojos y él negó con desaprobación.

—Dejando de lado tu mal gusto para el fútbol americano —se detuvo por varios segundos, carraspeó—...  también hay algo que quiero decirte.

La intriga se apoderó de mí por completo y lo miré con los ojos expectantes, sin embargo él no dijo nada durante un largo rato, por la expresión en su rostro podía ver como debatía consigo mismo y apenas abrió la boca y comenzó a hablar los toques en una copa nos anunciaron que era hora del momento más importante según mis padres, el brindis.

—Creo que tendrá que esperar —cabeceó hacia la gente que comenzaba a moverse.

Asentí de mala gana. Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos a la multitud que se formaba alrededor de mis padres y su socio de negocios y luego de unos segundos nos entregaron dos copas.

—Creo que estas personas no conocen un vino diferente —me susurró Jayden señalando la champaña que acababan de darnos, asentí.

—Buenas noches a todos, quiero agradecerles por acompañarnos en esta cena en honor a los mejores socios que alguien pudiera pedir, Addison y Stephen Blakeman —aplausos.

Bla, gracias, bla, dedicación, bla, bla, bla, levantar las copas, aplausos.   

No escuché ni la mitad del discurso, la duda con la que me había dejado Jayden me carcomía por dentro y me era imposible pensar en algo que no fuera qué era lo que quería decirme.

Luego del conmovedor discurso del señor Porter la cena volvió a su curso, pero no queríamos volver a la mesa, el olor de la vinagreta de vino tinto en la ensalada de rúcula me provocaba náuseas, así que decidimos permanecer de pie cerca de los árboles.

CustodioWhere stories live. Discover now