IX

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- Dean... hijo, escuchame. - Dijo Simon tras salir detrás de su hijo.

El muchacho se paró en seco en el pasillo. Se dirigia a la sala de baile, donde estaba su chica bailando, como cada vez que se enfadaba. Esa era su via de escape, y la suya también. Ambos mantenían eso en común, el baile. Su padre se acercó a él, a paso lento, para evitar que el niño huyera.

- Dean... ya conoces a Serena, está estresada. Que ayer te gritará no era consciente, sólo debía sacar la rabía de su cuerpo y de su mente. Es una Herondale, todo lo lleva al limite.

El chico se tiró en el suelo y se sentó en él. Su padre se sentó en el suelo con él. Simon entendía lo que sentía su hijo, ya que él, con Clary pasó por algo parecido. Aunque siempre, todo el mundo, relacione a Serena más con la familia Herondale, ella también era una Morgenstern y una Faichild. Este asunto, de los familiares que han vuelto a la vida, que sean los dos que intentaron purificar su raza, pero, gobernando desde el infierno. Ambos fueron ayudados por las hadas, seres mágicos que se guían por aquello que ambos les conviene.

- La entiendo... pero... siento que la pierdo. - Confesó el pequeño.

*  *  *

- Nunca te había visto bailar así. - Dijo Dean poniendose a la altura de su amiga.

- Bueno... creo que es la primera vez que ando tan preocupada por algo.

Serena no sonreía, únicamente miraba al chico de reojo. Estaba tensa, no podía dejar de pensar en lo ocurrido. Eso el muchacho lo sabía. Des de que la conocía era capaz de entender su expresión corporal. Estaba absorto mirando en dirección a la chica y en su mirada perdida, con sus ojos verdes brillando, húmedos, a punto de empezar lágrimas.

- Pequeña, ¿qué te pasa? - Preguntó estupidamente el chico.

- No creo que lo comprenderias.

El chico puso los ojos en blanco, aunque en realidad tenía razón la rubia. No comprendía nada del mundo en el que se había metido, y sólo por ser una víctima más. Pero quería ayudarla, quería hacer que se sintiera mejor. Sabía que no podía ser Dean, que no iba a complacerla como él lo hacía, pero al menos lo intentaría, al menos como amigo.

- Oye, si no te importa, me gustaría estar sola ahora. He de ducharme y arreglarme.

No le dio la oportunidad de contestar, que ella ya salio directa a su cuarto dejando a su mejor amigo atrás.

*  *  *

Sentía como su cuerpo se tensaba, había engañado a su amigo, no se había ido a la ducha, estaba en la sala de entrenamiento. Tenía entre sus manos una espada de adamas, y en la otra un cuchillo serafín. Iba lanzando el cuchillo a una diana, siempre apuntando al centro, pero en todo momento saliendose de su trayectoría inicial. La espada le había hecho varios cortes en las manos, no tenía la misma agilidad para sostenerla ni jugar con ella. Estaba harta de todo lo que le rodeaba, de todo aquello que hacía sentirse tan inutil. Sólo tenía 17 años, aún no tenía la mayoría de edad y no podía estar con sus padres investigando ese caso, ese que estaba comiendose a Serena por dentro. Esa noche no había dormido nada, y a parte había mantenido una bronca, una gran bronca, con su chico, que era el único que realmente la mantenía a flote. Dejó la espada a un lado y se miró las heridas de la mano y de los brazos. Tenía cortes superficiales recorriendole la palma de la mano y en la muñeca, de girar la espada al entorno de ella. Cogió el arco, tenía intención de dispara cuando escuchó una voz que le llamaba.

- Serena... pequeña...

Susurros y más susurros que siguiendolos, la llevaron hasta las afueras del Instituto, hasta donde acababa el glamour y el Instituto parecía un edificio en ruinas, con una puerta de hierro con la runa del ángel en el porticón. Se giró en rotundo y de las sombras surgío una silueta masculina, de pelo rubio y ojos oscuros. El chico estaba lleno de runas negras, recién hechas, y otras de color plateadas.

- Por fin te conozco en persona, Serena Herondale.

La chica retrocedió unos pasos.

- ¿Quién eres?

El chico se acercó a ella con paso firme. La tenía a milimetros de él. Ese olor... ese olor le recordaba a la mdare de la chica, olían exactamente igual.

- ¿No me reconoces?

Ella estaba nerviosa. Notaba que su corazón estaba latiendo a mil por hora. No podía soportar esa situación, pero su cuerpo no le respondía. Sus ordenes no funcionaban.

- Ni lo intentes. Te acabo de hacer una runa en tu espalda.

No lo notó hasta que su piel no empezó arder. Notaba en calor en su espalda.

- ¿Quién eres? - Volvío a preguntar ella.

El chico se giró dramaticamente, y se acerco a ella aun más. Notaba el corazón de la chica latir, el calor que pasaba por todo su cuerpo. Sonrío. Inclinó su cabeza y la besó.

- Hola sobrina. - Dijo entre beso y beso.

*  *  *

Jace seguía mirando por la ventana de su habitación. Sentía su presencia, pero nadie había dicho nada. Estaban todos al tanto, si alguien le veía debía informar a Jace o a Clary. Su chica se había ido en busca de su hija, querían saber que tal había pasado la noche. Estaban preocupados por ella, pero no podían hacer nada, Serena era demasiado independiente. Si algo pasaba, sabían que ella acudiría a ellos, pero conociéndola, antes ella intentaría investigar por ella misma.

- No encuentro a Serena. - Dijo Clary entrando por la puerta de la habitación.

No sabía exactamente porqué, pero se lo esperaba.

- Estará en alguno de sus sitios secretos, bailando, leyendo... Lo que quiera que haga cuando anda sola.

La chica se sentó en la cama, ninguno de los dos iba vestido con los trajes de combate, llevaban ropa casual, ropa de calle. Pero estaban preparados por si a alguien se le ocurría irrumpir en el Instituto. En ese momento, Jace, vío a su hija sola, fuera del campo de fuerza. Estaba inmóvil, cuando de pronto, cayó en redondo en medio de la calle. Jace se asustó al verla y salió corriendo de su cuarto con Clary, asustada, detrás de él.

*  *  *

- ¿Qué quieres de mi? - Preguntó ella que estaba inmóvil sin poder moverse.

El chico sonrío cerca de sus labios. Sentía su respiración cerca de él.

- De ti... nada, de tu familia, todo.

Se separó de ella al instante. Estaba dandole la espalda.

- Quiero que le digas a tus padres que la familia vuelve a estar unida, y que esta vez, no vamos a perder.

Dicho esto, el chico desapareció y ella pudo moverse. Se tocó los labios, y cayó, oyendo el paso de sus padres dirigiendose a ella. Corriendo en su dirección. Unas manos que la sujetaban, mientras otras le acariciaban el pelo y la cara. No podía pronunciar palabra, sentía como la oscuridad le invadía el cuerpo entero. Solo podía oír los lamentos de su madre, las iratzes creadas por su padre en su piel, y los llantos de Dean la verla tirada en el suelo.

- Serena... responde.

- Serena...

- Mi niña, contesta.

- Despierta.

De repente, todo negro.

Cazadores de Sombras: Ciudad del Infierno InfinitoWhere stories live. Discover now