Capítulo 31 - La ruptura de una persona

14.2K 852 552
                                    

31 | La ruptura de una persona

Olivia Wilson

Miércoles, 8 de julio

Paso las manos sobre mis piernas, con mi cabeza en otro lugar.

Hoy ha sido una de esas noches, una de las noches en las que las pesadillas se abren camino con sus largos dedos y afiladas garras. Una en la que la oscuridad se desliza bajo mi puerta y se cierne sobre mi cuerpo, agitando mi respiración y envolviéndome en imágenes que no quisiera que tuvieran cabida entre mis pensamientos. Imágenes que se vuelven tan reales al cerrar los ojos que me dejan pensando: "Se acabó, hoy es el día en el que todo termina".

Siempre he tenido dos sueños recurrentes que me alcanzan los días en los que, emocional o físicamente, estoy drenada. Algunas veces, es en fechas puntuales, otras, porque ha habido un detonante durante el día que me ha tirado dentro de un mal recuerdo. Generalmente, mis pesadillas son con la última noche en Tennessee, hoy, sin embargo, ha sido el segundo y el que más odio, ese donde la noche en la que mi padre murió me atrapa de nuevo.

Además, siempre ha habido algo en los sueños que empeora mis miedos. Se siente como si me sacaran del presente y me metieran de vuelta en aquellos días, sabiendo lo que pasará. Me envuelve, me atrapa, me engaña, y yo me encuentro sobrepasada por emociones mientras me quedo sin aire para respirar, sin fuerzas para moverme. Si tuviera voz en ellos, sé que gritaría: "No quiero, no de nuevo".

Aun así tengo que revivirlo, una y otra vez.

He entrenado durante años, he aprendido defensa personal y he perdido la cuenta de todos los meses que invertí en kickboxing, pero, en mis sueños, lo olvido. Ese es el problema con los traumas, que no los recuerdas, sino que los revives. Si me veo allí, siento lo que aquella noche solo que más intensificado por horribles certezas.

Ahí no importa lo preparada que esté, me paralizo. Así que, en mis sueños, solo existo, consumida por el terror de la noche que me toque revivir.

Hoy ha sido una macabra interpretación del cinco de agosto de dos mil once.

Apenas recuerdo esa noche, la real, pero siempre tengo versiones distorsionadas en mi cabeza. Hay veces en las que creo que dormí toda la noche, que mi madre me encontró en la cama y que me sacó en brazos de allí, veces en las que pienso que los gritos que oigo al soñar con ello no pudieron ser reales. Otras recuerdo el pasillo de casa con esa alfombra que siempre me hacía tropezar mientras las luces de los agentes de policía, con sus ropas oscuras, me cegaban. Noto incluso el peso del peluche en mi mano y pienso: "Estaba despierta", estaba fuera de mi cama.

Lo peor es no poder saberlo con exactitud, no poder saber qué pasó con suficiente claridad como para formar una imagen clara y es que en su día sé que me esforcé en esconderlo con tanto ímpetu que ahora las llaves para su cerradura están perdidas.

En mis sueños, me despierto en mi cama, o en el pasillo, o empieza conmigo tumbada bajo el escritorio de mi padre como solía hacer para que mi madre no me viera al entrar. Ella odiaba que yo pasara tiempo en ese despacho porque decía que no era lugar para una niña pequeña. Mi padre llevaba casos duros y ella tenía miedo que alguna imagen llegara a mí, porque yo era muy curiosa, pero mi padre siempre se aseguraba de tenerlas fuera de mi vista.

Quiero pensar que le gustaba que pasara tiempo con él.

Paso las manos sobre mis pantalones porque siempre me han dicho que una forma de volver a la realidad es el tacto. Me dijeron que me centrara en mis sentidos, en mi cuerpo, y que fuera tirando de la realidad hasta poder devolverla a mi interior. Eso ha ayudado con muchos trances en los que los detonantes me dejan, pero no es fácil. Me concentro la suavidad del satén de mis pantalones, noto los cosidos y fruncidos, pero, en mi cabeza, sigo allí.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora