Capítulo 55 - Nadie dijo que duraría para siempre

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Todo el amor que tengáis por Ashliv, dejadlo en este capítulo, es la hora, mis amores 💔

55 | Nadie dijo que duraría para siempre

Olivia Audevard

Martes, 3 de agosto

Muchas noches me cuesta dormir. Es algo normal para mí, aunque el sonido de las voces en francés de la serie que Asher acostumbra a ver e incluso sus quejas cuando está mandando audios, hace que cerrar los ojos sea más sencillo. Saber que Asher sigue despierto ayuda. Es como que alguien mantenga los ojos abiertos cuando yo no puedo hacerlo.

Alguien que me genera tanta confianza como para cederle eso.

Hoy, incluso si sé que Asher todavía está despierto, incluso si sigo sintiendo los suaves movimientos de sus dedos sobre mi abdomen y su respiración rozar mi nuca, no puedo dormirme. Aunque sería más realista decir que no quiero*dormirme. No todavía. No cuando sé qué pasará cuando amanezca.

Sabía, desde que he despertado esta mañana en casa de los abuelos de Asher, que el día no iba a ser fácil. Lo he notado en su forma de despertar, libre de pullas y quejas. En sus frases tan cortas y miradas superficiales.

Me he sentado en la encimera mientras él preparaba esos crêpes que me prometió y apenas me ha hablado. Quitando los distraídos roces de su mano sobre mi pierna, apenas me ha dirigido la palabra incluso si he criticado su forma de cocinar.

Todo lo que ha hecho es mirarme, presionar mi frente y negar antes de volver a lo suyo.

Estaba distraído, y quizás también yo lo he estado.

Esta mañana, cuando hemos visitado el museo de Bellas Artes de Nantes, esa sensación ha ido a más y me ha envuelto con unos desconocidos nervios que me han hecho buscar a Asher para hacer que me tradujera la información sobre una de las obras. No me interesaba lo que ponía, pero quería tanto estar cerca de él...

"¿Tus abuelos se molestarían si esta noche no la pasáramos en su casa?", le pregunté cuando terminó de traducir. Solo quería tiempo con él. A solas. Nuestro mundo privado tan fácil de encontrar en su habitación del piso de París.

Él, un paso por detrás, deslizó la mano sobre mi espalda hasta envolverme y me apoyé contra él sin dudarlo dos veces. Se sentía correcto, esa era la palabra, esa sigue siendo.

"No sé si se molestarán, pero cuenta conmigo", respondió.

Salimos del museo sin terminar de ver la exposición, aunque poco nos importaba. Él no es fan del arte y mis prioridades estaban lejos del turismo. Así que corrimos hasta casa de sus abuelos, recogí mis cosas y él se deshizo del improvisado pestillo que creó para mí porque sabía que no podría dormir sin uno.

Un detalle que apenas mencionó. Uno que me mantuvo horas despierta la primera noche porque no podía quitármelo de la cabeza.

Recuerdo, al recoger mis cosas, que él abrió la puerta para mí. Asher no lo sabía, pero esa fue la primera vez en la que borré mi rastro ante otra persona. La primera en la que sentí que, por un instante, él estaba en mi misma página de ese infierno. Se sintió tan doloroso como vacío.

Tanto que tuve que parar en el marco de la puerta.

Rocé su rostro y pensé: "No se trata de eso, él nunca tendrá que pasar por eso".

Y sentí alivio.

Y envidia.

Y pena.

Compramos algo de picar en un supermercado después de eso. Comida y dos botellas de vino que terminamos en menos de una hora al llegar al hotel. Porque hemos pasado la tarde bebiendo. Mucho.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora