Capítulo 18 - Monedas y tratos

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Reto importante en la nota de autora

18 | Monedas y tratos

Olivia Audevard:

Jueves, 18 de junio

Asher está cerca del edificio cuando salgo, con algo plano entre sus dedos y las gafas de sol puestas. Espera a dos o tres metros de la puerta y tiene una mochila cerca de sus pies. Cualquier persona que pase cerca, que es un número elevado teniendo en cuenta la hora que es y la zona en la que estamos, tiene que esquivarle porque él no muestra intención de moverse o de ponerse en un lugar más apartado.

—Te está buscando Sammuel —digo al salir.

El calor del mediodía me golpea y tiro un poco de las mangas de mi cardigan. Es fino, pero eso no quiere decir que el calor no se meta a través de la tela y presione contra mi piel.

—Parecía enfadado —añado, estirando el bolso para que Asher lo sujete. Desde que descubrí que las personas agarran lo que sea que les des si están distraídos con una conversación, es una de esas pequeñas manías que suelo utilizar a mi favor. Pese a que no me esté respondiendo, lo sostiene—. Ha dicho algo de enviar unas fotos. De verdad que espero que no sea lo que pienso, porque eso es algo un poco difícil de solucionar.

Puedo jurar que Asher está rodando los ojos detrás de las gafas de sol o, al menos, haciendo algo que exprese esa exasperación que tan rápido leo en sus postura. Sea lo que sea que está pasando con ese tema, es algo que ahora recuerda y que no le hace ninguna gracia.

Paso el cárdigan sobre mi cabeza. Al ser holgado, eso es más rápido que ir desabotonándolo. Tiro un poco de la parte baja de mi camiseta básica de tirantes para mantenerla detrás del cinturón y cuelgo el cardigan sobre mi brazo.

—Bueno, suerte con lo que sea que has hecho y con lo que haya en esas fotos. —termino.

Estiro la mano para que me devuelva el bolso y lo pongo sobre mi hombro con cuidado de que la correa no atrape mi pelo. Su falta de respuestas no me sorprende, pero eso no quita que me frustre. Hago un amago de irme, pero es eso, ese silencio, el que me hace volverme hacia él.

—¿Es que no vas a decir nada? —pregunto.

Él guarda la pequeña figura plana y redondeada que estaba moviendo entre sus dedos en su bolsillo delantero. De nuevo, silencio.

—Durante el día eres insufrible —añado.

Lo es. Quizás, por las noches, suele ser algo más abierto. De vez en cuando incluso puedes raspar cierta amabilidad de su comportamiento. Durante el día, como en las catacumbas o aquí, solo puedes darte de frente con la parte más esquiva de su personalidad.

Pensaba que sus respuestas eran lo que más podían frustrarme, pero su silencio es peor. Puede tener gafas de sol y ser más difícil descifrar sus intenciones, pero sé que, generalmente, presiona porque le divierte así que, ahora, sé que solo se mantiene en silencio porque también se está divirtiendo con ello. Parece estar aficionándose a sacarme de quicio.

—Olvídalo, yo ya te he pasado el mensaje.

No es hasta que me he alejado un par de pasos que oigo ese "Rubia" por su parte. Miro sobre mi hombro, alcanzando, por poco, a atrapar el pequeño objeto dorado que lanza hacia mí. Lo miro, primero convencida de que ha entrado a mi habitación de alguna manera para quitármelo y luego dándome cuenta de que no es la misma moneda que me dio en las catacumbas. Es similar. Grande, dorada, y con una inscripción en el borde, pero esta dice otra cosa y, en el centro, no hay una calavera, sino, como pone en el borde, la Basílica del Sagrado Corazón.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora