Capítulo 56 - Lo que dejamos atrás

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56 | Lo que dejamos atrás

Olivia Audevard

Miércoles, 4 de agosto

Dejar París es más rápido de lo que me gustaría.

En lo que parece un pestañeo, es la hora de bajar mis cosas al Uber que Ansel ha pedido e ir al aeropuerto. Casi se siente como si las últimas horas hubieran sido borradas del tiempo. El viaje de vuelta en tren, el abrazo de Ansel en la estación como si no me hubiera visto en meses, el pícnic de despedida con Tony e Yvonne en el Campo de Marte, el paseo con Ansel hasta su punto favorito de la ciudad (Puente de Bir-Hakeim), la cena en el Barrio Latino y esa visita a Duplex que hemos hecho más corta porque no había tiempo.

—¿Estás ya? —oigo.

Ansel está abrochándose un abrigo cuando sale de su habitación. Apenas ha parado a echarse una corta siesta de quince minutos antes de cambiarse de ropa y llamar a un Uber. Su mirada cae en mi maleta de mano y se acerca para agarrarla. En contra de lo que creía que haría, le dejo tomarla, y se siente como si le estuviera dando todo rastro que queda de mi vida con eso.

—El Uber está abajo, hay que irse —avisa.

—Quiero asegurarme de no haber olvidado nada antes, ¿te importaría ir bajando la maleta?

—Puedo ayudarte a buscar, así acabamos antes.

—Prefiero hacerlo sola.

Porque no es eso lo que voy a hacer y, tras unos segundos, Ansel relaja sus hombros como si entendiera y asiente. Quizás lo haga, entenderlo. Fue él quien me dijo, cuando llegué, que todos ellos sabían lo que era dejar su casa, me pregunto si también sienten pena cuando deben volver a ella.

Me pregunto si eso es lo que siento, el apego a un lugar más hogareño en mi memoria que las casas en las que he vivido a lo largo de mi vida. Con una comodidad más grande que la que me proporciona mi madre. Aquí no siento que me esté ahogando de forma constante. Aquí no trato de esquivar las largas conversaciones con ella porque pesan demasiado.

No necesito encerrarme en la habitación en busca de aislarme porque me gusta pasar el rato en la cocina y verles pasar. Ver cocinar a Tony, las charlas con Ansel cada vez que nos cruzamos y las noches de películas a las que pocas veces llegué a unirme pero cuyo sonido se sentía tan envolvente.

Voy a echar de menos esta ciudad.

Voy a echarles de menos lo que ellos han hecho de esta ciudad.

—Te espero abajo, pero intenta no tardar más de diez minutos, los conductores pueden ser algo ariscos si llegas muy tarde —pide—. Tanto que le harían competencia incluso a Asher cuando hay demasiada gente en el piso.

—Eso es mucho decir.

—Exacto.

Agarra mejor la maleta de mano y miro el gesto con pena. Es la hora, pero eso no quiere decir que yo esté lista. He tenido semanas aquí. Meses. Pero, al llegar la hora de irme, siento que el tiempo se ha escapado entre mis dedos como si no hubiera sido más que una ilusión. El agua de un río que corre y que no puedes hacer parar o sostener con tus manos por mucho que lo intentes.

El corazón se me encoge ante todo lo que me ha quedado por hacer y por ver. No, un verano no es tiempo suficiente para conocer esta ciudad, dudo que un año entero pudiera serlo. Aunque no puedo decir que no lo haya intentado.

He salido cada día. He andado, he visto, he indagado. He buscado la esencia de la ciudad que enamoró a mi padre, y he terminado encontrado una que me ha llamado a mí. Una que se esconde entre las luces de la ciudad cuando cae la noche, que se desliza con su música en las animadas noches por el Barrio Latino y prima con su silencio entrada la mañana. Un ambiente agitado donde todos corren con una dirección fija y no paran a ver los cuidados detalles que adornan cada rincón.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora