Capítulo 14 - El corazón de Ansel

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14 | El corazón de Ansel

Viernes, 12 de junio

Olivia Audevard

Entiendo tarde que debí haberme tomado más en serio la definición de "bar de hielo" de Ansel. No es hasta que piso el bar del hotel, con un abrigo que me han prestado puesto y tras el aviso de que debemos salir dentro de veinticinco minutos que lo entiendo todo. El bar, literalmente, está hecho, en su mayoría, de hielo.

    El frío envuelve mi cuerpo mientras intento afianzar el abrigo. Mis manos tiemblan por el contraste del pasillo con el helado interior del bar que, para mantener el hielo en su lugar, golpea con aire frío nuestros cuerpos. Hago una amago de llamar a Ansel cuando veo una botella al otro lado de la pared, escondida tras una columna de huelo y difuminándose en su interior. Algunas paredes e incluso muebles están hechos de hielo, adornando un local junto a luces de tonos fríos y cuidadas esculturas que Ansel observa con detenimiento de camino a nuestra mesa.

    —Parece que no mentías —digo al sentarme.

    Me encojo al instante. Al contrario que yo, Ansel no ha cerrado su abrigo y apoya el codo sobre la mesa con aire apagado. Eso es lo que he visto al encontrarle a la salida de la estación. Me ha recibido con un gesto cansado, casi pesado, mientras me contaba, con un tono animado que no llegaba a su mirada, sobre las ganas que tenía de ir a este bar.

    Ahora, en vez de responderme, saca el móvil como ha estado haciendo los últimos minutos y el brillo de la aplicación que abre me da una señal de lo que está haciendo. Revisa Instagram. Lo hace durante los minutos que tardan en venir a preguntar si ya sabemos lo que queremos.

    Ansel pide en francés y yo pido algo con alcohol para intentar entrar en calor. No tiemblo, pero el frío ya ha hecho mella en mi cuerpo y no hace amago alguno de irse. Me recorre, desde las extremidades hacia el interior como si se hubiera extendido a través de mis venas, destrozándolas a su paso con un punzante dolor.

    No tardan en traernos las bebidas, claro que tampoco estamos demasiadas personas en el local. Con nosotros dos, cuento ocho, y tampoco me sorprende. Parecen tener bastante controlado el local. Junto a nuestras dos consumiciones, hay tres chupitos que Ansel pone frente a él encantado. Se bebe el primero, desliza el segundo hacia mí y levanta el tercero para que los bebamos a la par.

    —Yo invito —dice, interpretando mi mirada de una forma diferente porque, en mi interior, lo que hay es preocupación. Aun así, levanto un poco el chupito y bebo junto a Ansel. Al terminar, él desbloquea su móvil de nuevo, la mano libre rozando su consumición con notoria tentación—. ¿Qué piensas del local? Es increíble, ¿eh?

    —Sí, la verdad.

    Increíble, pero demasiado frío para mi gusto. Ansel fue más literal de lo que imaginé cuando lo presentó como bar de hielo y, de haberlo sabido, me lo habría pensado un poco más. Hay algo incómodo en el local y no es solo el frío. Las luces son suaves, hay bastante oscuridad y los espacios son estrechos. La molestia se ha asentado sobre mis hombros nada más hemos entrado y ahora me acompaña, haciéndome mirar sobre mi hombro cada pocos segundos porque no soporto estar dando la espalda a la entrada.

    —Lo descubrí mi primer mes aquí —cuenta, pasando el dedo por la pantalla y esperando unos segundos cuando llega a una imagen que le tensa un poco—. Estaba con unos amigos de la universidad y me contaron sobre el bar.

    —Suena bien.

    —Sí, suena bien.

Por la forma tan suave en la que lo dice sé que ni siquiera está escuchándome. Mira la pantalla como si doliera y, de forma bastante cortada, veo parte de un video donde solo distingo el color morado pasar a negro en el borde superior izquierdo. Ansel reproduce el mismo vídeo una y otra vez.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora