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—Oh venga, no seas exagerado. –dejé el resto de bolsas encima de la mesa de la cocina y puse los brazos en forma de jarra.

—No lo soy, ¿cómo no te has podido dar cuenta? –su ceño fruncido me dejaba ver claramente lo molesto que estaba.

Esto es una gilipollez.

—Joder Levi, estaba pendiente de otra cosa, ni me he fijado.

—Tch. –protestó– No puedes ser tan despistada, mira lo que has hecho.

—No, guapo, mira lo que estás haciendo tú.

—¿Yo? –arqueó una ceja.

—Sí, tú. Todo por tu maldita manía. –reproché.

—No es manía, desde siempre hemos comprado la fregona de microfibra. –desvió la mirada y pude contemplar con claridad su perfil.

Era demasiado guapo, debería ser ilegal. Y por si fuera poco, estar cabreado lo hacía ver mil veces más caliente.
Madre de dios, _____, no te distraigas. Un poco de seriedad, coño.

—Pero vamos a ver... –llevé la mano a mi frente, frustrada– ¿Qué más da que la fregona sea de microfibra o de algodón?

—La microfibra va mejor para superficies lisas. –de golpe me miró, entrecerrando los ojos, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—Pero si todos los suelos son lisos. –puse los ojos en blanco.

Una leve expresión de asombro se instaló en su rostro. Sus ojos se abrieron a la vez que sus labios se separaron ligeramente.
No pude evitar mirar su boca, me incitaba a tener pensamientos indecentes.

—Mocosa inculta... –gruñó por lo bajo.

—Ah cierto, perdone usted, señor Ackerman. Ahora resulta que la cultura se evalúa dependiendo del conocimiento que cada persona posea acerca de fregonas. –dije con ironía harta de la situación.

—Tch, no sé para qué pierdo el tiempo discutiendo contigo. –refunfuñó.

—Mira Levi, en serio, que te follen. –bufé exasperada.

—Ya quisieras.

—Pues sí. –dije sin pensar.

Mierda mierda mierda, mi dignidad.

Ambos nos paralizamos.
Llevé mi mano a la boca, tapándola y sonrojándome.
Me miró, atónito.

—¿Qué?

—Nada. –me encogí de hombros.

—Qué has dicho. –sus ojos azules me miraban expectantes.

—Que quiero que me folles. –le miré y pude apreciar cómo sus pupilas se dilataban.

No sé en qué momento su mano agarró mi cuello y su boca devoró la mía.
Gemí contra sus labios, derritiéndome por la inesperada situación.
Delineó mi labio inferior con la lengua, seguidamente lo mordisqueó, arrancándome un jadeo.
Nuestras lenguas se encontraron y sus manos acariciaron mis pechos por encima de la ropa. Hundí los dedos en su oscuro pelo, impidiendo que se separara de mí.

De un bote me subió a la encimera, sentándome.
Él se colocó entre mis piernas y quité su camiseta, ansiando tocar su piel.
Sus manos fueron desabrochando los botones de mi camisa mientras su lengua recorría mi cuello, haciendo que inclinara la cabeza a un lado para darle más acceso.
Gemí cuando mordisqueó mi piel, clavando las uñas en sus hombros.

Quitó mi camisa, y mientras sus labios recorrían mi pecho lentamente, sus manos acariciaban mis muslos, estremeciéndome cuando presionaba la parte interna de éstos.

Levi Ackerman (One shots) (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora