CAPÍTULO 8

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LA INTRUSA

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Días después...

DIANA AYLEEN

Limpio el vapor del espejo del baño para ver mi reflejo, solo traía puesto el conjunto de ropa interior y mi cabello todavía seguía humendo.

Estaba en esa parte del día donde ponía en duda mi amor propio. Cada parte de mi cuerpo voluptuoso carcomía mis pensamientos positivos.

No me gustaba mi cabello lleno de rulos, que es imposible de domar. Ni siquiera conocía su color real, a veces era rojizo, luego castaño.

No me gustaba no tener un abdomen plano o una cara delgada. No tenía una nariz pequeña y respingada.

Y lo peor es que no tenía fuerzas para cambiar, o una razón para cambiar. Estaba tan sumergida en una vergüenza, en lo que dirán los demás, si al cambiar se darían cuenta que antes era gorda.

Dejé mi vestido favorito a un lado rehusándome a ponérmelo, era de color lila, sin hombros, y unos pequeños vuelos en los extremos.

Me encanta ese vestido.

Suspiro un poco decaída.

Me puse unos pantalones sueltos, una camiseta larga y zapatillas. Decidí domar esta melena haciendome una cola con dificultad, no quedó perfecta, pero sobrevivirá.

Salgo de baño en completo silencio y a pasos torpes y cansados. Amina se encontraba en el balcón fumando, como acostumbraba antes de llevarme al jardín o al bosque, mis opciones eran limitadas.

Me acerque a ella, sigilosa.

—¿Qué fumas? ¿Las almas perdidas de tus víctimas?— Bromeo al llegar a su lado.

Ella me mira con el cigarro entre sus dientes, sus ojos verdes fueron directo a mi cabello, y me puse nerviosa ante su mirada, porque es tan profunda como intimidante, cada pincelada de verde esmeralda tomaban un brillo intenso cada vez que se topaban con los mios.

Entonces noto un destello de disgusto que me hace fruncir el ceño, porque por lo general la sacaba de quicio al medio día y no tan temprano como ahora.

—¿Qué? —Le pregunte por esa acción

Exhala el humo, para responder con simpleza

—Nada.

Lo dejé pasar sin antes pegarle una mirada de sospecha, y comencé a contemplar esos árboles gigantes frente a nosotras, un escalofrío recorrió mi espalda. Ese bosque era exactamente como describen los libros de terror: frío, silencioso y peligroso, pero a la misma vez atrayente.

—¿Me das? —pregunte casualmente, dedicándole una mirada de reojo.

Tal vez eso me relaje.

Sin responder, me extiende el cigarro humeante, ocultando una sonrisa complice y malvada. Lo tomé con desconfianza y le di una pequeña calada, eso me bastó para toser como cantante de jazz que fuma tres cajetillas diarias.

—¿Qué mierda es? —Pregunte con la garganta seca.

Me lo quita con lentitud de la mano.

—Tabaco puro, y otras sustancias.

Enfatiza lo de "Otras sustancias" Ya decía yo que ese cigarrillo se veía extraño. Apreté mis labios, y me cruce de brazos para verla feo.

—Y no deberías tratarlo así, es la única cosa que evita que te perfore el cuello, rulitos— Le da una calada, y exhala dejando que se desvanezca en el aire.

Black Onyx [1]Where stories live. Discover now