**Capítulo 3**

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Recorrieron el último tramo hacia el saloncito al lado del recibidor y encontró a los dos caballeros de pie junto a la chimenea la cual estaba encendida para mantener caliente la estancia.

—Lord Wellingham, lord Brice, buenas noches. ¿En que puedo ayudarles? —preguntó Cecilia en el tono más calmado que encontró.


—Buenas noches, lady McDonald. Sentimos mucho importunarle de esta manera alejándole de sus invitados —contestó lord Brice un tanto apenado—. Nos dirigíamos a casa de nuestro buen amigo, lord Rutland en Dalmahoy, pero de la nada se desató la tormenta y no queremos arriesgar a nuestros empleados, por no poder ver bien el camino a transitar.


—Si, por supuesto. El clima aquí puede ser un tanto caprichoso, y pone los caminos embarrados y peligrosos.


—Pues verá, nos vemos en la penosa necesidad de solicitar su hospitalidad por esta noche y mañana nos retiramos temprano, al amanecer.


—No, eso no será necesario, estamos celebrando una fiesta que culminará el sábado con una mascarada a la cual están cordialmente invitados a quedarse si así lo desean. Tenemos suficientes habitaciones en las cuales los podemos alojar gustosamente. Si eso no interfiere en sus planes con los Rutland, claro está. Si les parece, también puede enviar un mensajero mañana para hacerle saber su cambio de planes.



—Muchas gracias, milady. Lo pensaremos durante la noche y mañana le haremos saber sobre nuestra decisión.


—En la sala de música estamos teniendo una pequeña velada, pueden unirse al grupo si gustan.


—Agradezco la invitación a tan alegre entretenimiento, pero como comprenderá, de momento sólo queremos descansar y algo de comida para el cochero y los lacayos.


—Sí, sí claro. Comprendo, hablaré con Morris, mi mayordomo y le pediré que prepare dos habitaciones para ustedes y que envíe una bandeja con comida para sus empleados.


—Mjm, mjm. —Gruñó Megan, haciéndose notar para que Cecilia le presentará a los nuevos invitados.


—Perdón, querida, ¿en dónde dejé los modales? Lord Brice, lord Wellingham, les presento a mi buena amiga la señorita Megan Russell, quién está en mi fiesta con su abuela, la condesa viuda de Mountbatten lady Agatha Rusell.


—Mucho gustó —dijeron los dos al unísono.


—Espero puedan disculparme, pero por ahora debo atender a mis otros invitados. Los dejaré con Morris quien se encargará de hacerlos sentir como en casa —informó Cecilia cerrando la charla y rogando que decidieran irse por la mañana como habían dicho, pues no le pasó desapercibido que lord Wellingham ni siquiera se digno a dirigirle la palabra, todo fue dicho por su alcahuete amigo lord Brice.


—Tomaste la decisión adecuada —acotó Megan—. Ya quiero ver la cara de lady Ogilvie cuando le digan quienes estuvieron aquí. No todos los días tienes a dos guapos lores ingleses en una mascarada escocesa. Tienes el éxito asegurado.



La suite asignada era generosa.
Una gran cama con dosel y cortinas de tartán se apoyaban en una oscura pared con paneles de madera. Un fuego ardía intensamente en la rejilla y un diván descansaba a un lado, junto con una única silla de cuero de color verde oscuro. La habitación evocaba una sensación masculina y Andrew la consideró bastante aceptable.
Qué lástima que no fueran a estar mucho tiempo aquí.


  —¿Le gustaría que envíe al sirviente que se le asignó para desempacar, mi señor?


Andrew negó con la cabeza, caminando hacia las ventanas y hacia la hermosa vista que captó su atención. Ni siquiera Greelane tenía una vista tan hermosa y eso que era de noche, durante el día sería aún mejor. El comienzo de las Tierras Altas en la distancia fue ciertamente impresionante.


—Pronto vendrá mi ayuda de cámara, sólo necesito una bandeja con comida y agua caliente —dijo cuando el sirviente se fue a despedir—. Necesito bañarme.


Minutos más tarde tocaron la puerta y creyendo que era el sirviente asignado espetó:
—Adelante.


No era el lacayo, en su lugar entró Phineas.


—Realmente, debías comportarte de una manera tan grosera —reclamó Phineas a su amigo, cuando lady McDonald y su amiga abandonaron la estancia.


—Me fue imposible decir una palabra —respondió Andrew con indiferencia.


—Pero igual debes controlarte, al parecer estaremos aquí tres días. Bueno, al menos la primera parte de tu plan ya está en marcha. ¿Y ahora?


—Ahora, descansaremos y mañana conoceré y me presentaré ante la que será la madre de mis hijos. La nueva marquesa de Wellingham.


Buenas noches...
Les dejo algo para que sueñen con los angelitos. Nos leemos mañana con el que sigue.

Las Mentiras del MarquésWhere stories live. Discover now