**Capítulo 19**

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Tres días después, luego de contarle a sus amigas de Edimburgo su gran noticia, se dirigían hacia el norte, hacia Simpson Castle en Moy, el hogar de su infancia. Megan y Cecilia estaban más que emocionadas con su matrimonio, y también un poco molestas por su fuga. pero una vez que Eugenia les hubiese prometido  que renovaría sus votos y que ellas estarían presentes en ese evento, después de la temporada, ambas estuvieron dispuestas a dejar ir el desaire.

  Tenían varias horas para irse, y habiendo terminado el ayuno en una posada varias millas atrás, el viaje en carruaje por delante no parecía tan largo y arduo como normalmente lo era. No con el apuesto caballero sentado frente a ella en el vehículo. Lo vio leer el periódico, con un pequeño ceño fruncido, y no podía creer que estuviera casada. Que este año le había tocado a ella encontrar la felicidad en un marido.

  Cómo si sintiera su mirada, sus ojos recorrieron la parte superior del papel y se encontraron con los de ella, el calor acumulado en sus orbes azul profundo hizo que su estómago se encogiera de deseo. Apenas se habían apartado el uno del otro estos últimos días, y menos aún apartarse del dormitorio.

  En ese momento, Eugenia había pensado que podría haber algo mal en ella, que no fuera normal que lo deseara tanto como lo deseaba. Pues cada vez que él le lanzaba una sonrisa perezosa, o una mirada de complicidad, un guiño o una sonrisa, ella era incapaz de negar su atracción.

  Habían hecho el amor en numerosos lugares, en la casa de Cecilia por ejemplo mientras ella empacaba sus cosas para irse, algunas veces eran largas y deliciosas horas de hacer el amor, mientras que otras eran golosinas rápidas y pecaminosas que los saciaban hasta que se juntaban por la noche. Algunas de las cosas que Andrew le había hecho la hicieron moverse inquieta en su silla. Había sido tan inocente, tan inconsciente de lo que podía haber entre un hombre y una mujer.

  Ella ya no era para nada inocente.

  Andrew dejó su periódico, y una sonrisa perezosa apareció en su boca. una boca tan perversa como su lengua. —¿Qué estás pensando, mi Gennie?

  Había comenzado a llamarla así. Mi Gennie. Y cada vez que ella escuchaba el nombre, su corazón se aceleraba y le daba la esperanza de que algún día habría un amor inquebrantable entre ellos dos.  No se le había escapado que ninguno de los dos hablaba de la emoción o la falta de tal declaración. Eugenia sabía en su corazón que estaba en camino de amar al pícaro sentado frente a ella y darle una de sus perversas miradas que nunca podría ignorar.

  ¿Pero, él la amaba? Sabía que él disfrutaba de su compañía, la había perseguido durante las últimas semanas hasta que se convirtió en su esposa, así que debía gustarle mucho. Pero... ¿Se estaba enamorando de ella? Eso no podía decirlo, esperaba y soñaba que lo hiciera que  declarara sus sentimientos pronto. Ella no quería ser la única en el matrimonio, enamorándose.

  —Nada de importancia, simplemente admirar al guapo esposo que me conseguí.

  Andrew rió entre dientes con un sonido profundo y ronco que prometía todo tipo de placeres deliciosos. Se reclinó en su asiento, estudiándola a su vez. —El terciopelo verde que llevas puesto hoy hace que tus ojos luzcan ferozmente brillantes y absolutamente impresionantes esposa.

  Cálido aprecio resonó a través de ella ante sus palabras. ¿Cómo había llegado a tener tanta suerte de haber asegurado su mano? Ella miró su vestido, pasando la mano por el hilo dorado de su corpiño. —Lo hice especialmente para la temporada de este año. Me alegra que te guste.

  —Ven aquí—. Dijo él, con sus ojos se oscurecidos por el deseo.

  Eugenia se movió para sentarse a su lado. El carruaje se tambaleó y ella miró por la ventana, notando que todavía faltaba algo de tiempo. No había nada más que campos y bosques que oscurecían la vista.

Las Mentiras del MarquésWhere stories live. Discover now