**Capítulo 21**

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  —Y estás en Escocia durante la temporada, empeñado en obtener la mano de mi hermosa hermana, por lo que parece. Dime Wellingham: Si tanto necesitabas casarte, ¿Por qué no buscaste en Inglaterra como todos los demás ingleses, que se casan con damas inglesas?

  Se encogió de hombros, sonriendo, sabiendo que, por el tono del hermano de Eugenia, no le gustaba Andrew en absoluto, o el hecho de que la había convertido en su esposa. —¿No es su esposa inglesa, milord?—intervino, sin permitir que los continuos desaires pasaran indefensos. Solo aguantaría hasta cierto punto antes de que tuvieran que decir las palabras.

  Los ojos de Simpson se entrecerraron, y Andrew se preguntó hasta dónde podría burlarse del escocés, antes de que le dejara una grieta sólida en la mandíbula. No tenía ningún respeto por el demonio, no después de que Simpson le hubiera robado  Greelane, por debajo de las narices a su hermano, cuando no estaba en posición de apostar y pensar con claridad en primer lugar. Prácticamente robando a su familia su herencia, su tierra. Si el laird pensaba que se inclinaría ante su supuesta superioridad, estaba delirando.

  —Y te casaste con mi hermana sin mi consentimiento, sin que se firmaran contratos matrimoniales. ¿Dónde está el papeleo, Eugenia? —Dijo Simpson, sin dirigirle una mirada a Eugenia, sus ojos clavando a Andrew en el lugar.

  Andrew se atragantó con sus palabras, pues no esperaba que el escocés fuera tan frío. Se encontró con los ojos de Eugenia y los encontró muy abiertos por la alarma. —Graham, no estoy segura de que me guste tu tono. Soy mayor de edad no necesito tu consentimiento, yo escogí a Lord Wellingham y es mi esposo. Soy Lady Wellingham ahora. No seas tan cortante y grosero —.

  El laird lo miró, desconcertado, aparentemente ignorando las palabras de su hermana. —Y no estoy seguro de si aprecio que te hayas casado con un pícaro del que no sabemos mucho, aparte del hecho de que es hermano de un hombre en el que confiaba menos de lo que el ejército jacobita confiaba en el rey Carlos II.

  —¡Graham! —jadeó Eugenia, mirando a su hermano. Ella tenía temple, pocos mirarían a un hombre tan gigante y le recriminarían sus palabras. —Le diré a Grace lo bestia y grosero que te estás comportando, y entonces ella te podrá ayudar a darte cuenta de tu error.

  El laird cruzó los brazos sobre el pecho. —No harás tal cosa. Sabes que Grace no se encuentra bien y necesita descansar. No debe preocuparse por esta tontería en la que te has enredado. Me ocuparé yo mismo de este matrimonio falso y te recluiré aquí hasta que todo esté solucionado.

  —¡No lo harás!—. Eugenia dio un paso adelante, usando el escritorio para apoyarse y presionar su punto. —El matrimonio está consumado. Hubo testigos y un reverendo. No hay nada que puedas hacer para cambiar el curso de mi vida. Me casé con el hombre que amo, y seguiré siendo su esposa sin importar la razón por la que te desagrada tanto.

  —Tal vez te gustaría saber, hermanita, de dónde viene mi disgusto. —Dijo Simpson, con un músculo trabajando en su mandíbula.

  El terror se enroscó en el estómago de Andrew. Este era el momento que había estado temiendo. Si Eugenia descubría la verdad tal como había sido antes, nunca lo perdonaría. La perdería. Y él había sido tan estúpido para no seguir los consejos y habérselo contado primero.

  —Ven, Gennie —dijo, cogiendo su mano e intentando sacarla de la habitación. Regresaremos a Inglaterra. Quizás, con el tiempo, el Laird Simpson enfríe su ira y piense más clara y justamente sobre nuestra unión.

  —Es poco probable. —Acotó Simpson, mirándolo con odio puro en la mirada. El laird se volvió hacia su hermana. Ven, Eugenia, tenemos que hablar, a solas. Te mereces saber la verdad.

Las Mentiras del MarquésWhere stories live. Discover now