Capítulo 6

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[En Multimedia: El librero de Emma]


Son casi las cinco de la tarde cuando terminamos de construir todas las piezas que debe llevar mi librero. Matt me ha enseñado a usar casi todas las herramientas del taller, por lo que puedo desde este momento considerarme una experta en arquitectura y construcción. 

Somos un gran equipo. Diseñé unos planos muy ambiciosos que él ha logrado recrear exactamente igual o incluso mejor. Hasta creo que podríamos sacarle mucho dinero a este pasatiempo. 

Sacudo la cabeza. Despierta, Emma, Sinclair no necesita más dinero del que ya tiene, tú eres la pobretona aquí. 

Suspiro. 

Mi estómago empieza a rugir indicándome que me estoy muriendo de hambre. Aun cuando hace una hora comimos unos deliciosos emparedados que Matt preparó muy temprano en la mañana —porque piensa en todo— siento que mi organismo no se ha saciado todavía. 

Su voz me saca de mis pensamientos.

—Bien—dice agarrando un último trozo de madera—. Ponle algunos clavos en las esquinas a esta tabla y estamos listos para irnos a cenar. 

Oh, ¿acaso me leyó la mente?

Asiento con un movimiento de cabeza, tomo la tabla en mis manos, la llevo al suelo y me siento con un martillo y algunos clavos. Estoy exhausta, pero ya quiero ver mi librero terminado.

—¿Puedes hacerlo sola?—pregunta notando mi agotamiento.

Lo miro un tanto ofendida. 

—Por supuesto, Sinclair—contraataco. 

Él no se atreve a decirme más nada, solo se queda ahí parado esperando pacientemente a que clave lo que me ha pedido. Doy un hondo respiro, pongo el primer clavo en posición y lo golpeo con la ayuda del martillo. Hago lo mismo para el segundo, el tercero y el cuarto.

Alzo la vista.

—¿Ves?—digo—. Fácil. 

Justo cuando estoy por soltar el martillo en el suelo, la vista me falla un poco y las orejas torcidas del mismo rozan con uno de mis dedos cortándolo. 

Dejo salir un gemido de dolor, aun cuando ni siquiera me duele. Bravo Emma, estás desorientada, eres patética y ahora una dramática. 

Matt se alarma de inmediato. 

—¡Oh por Dios, Emma! ¿Estás bien?—dice acercándose para alejar el martillo de mis siniestras manos y después me agarra el dedo índice viendo la diminuta cortada que tengo en él—. Deberíamos llamar a un doctor. 

Debes estar jugando. Lo que deberíamos hacer es irnos a cenar, mi estómago está gritándome desde hace horas que le brinde sustento.

—¿Doctor? No es para tanto—protesto. 

—Te acabas de cortar el dedo—discute—. Insisto en que llamemos al doctor de la familia, esto puede ser mortal. 

Frunzo el ceño. 

—¿Mortal? ¡Es una diminuta cortada, Matthew!—exclamo.

Pero Matt ya ha sacado el celular de su bolsillo y marcado el número del famoso doctor de la familia que resuena en mi cabeza desde la primera —y espero última— vez, que me desmayé en la entrada de la Mansión Sinclair.

Veinte minutos más tarde, me encuentro sentada encima de una de las mesas de madera del taller del difunto señor Sinclair y el médico de la familia está examinando mi dedo con la ayuda de una lupa enorme. 

Factura al corazón © DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora