Capítulo 26

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[En Multimedia: Vista de la Aguja Espacial de Seattle, el suelo de metal donde Emma y Matt están sentados y la "gráfica de Internet" de los hemisferios del cerebro]

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Éste es Matthew Sinclair. El chico que conocí hace tres semanas durante un robo armado en la ferretería más remota de Los Ángeles y a quien le salvé la vida. El que prometió que iba a sanar mi corazón a toda costa y me gustó de inmediato porque me pareció que estaba tan chiflado como yo.

El héroe que logró sacarme de la oscuridad en la que me encontraba a causa de un patán que no supo valorar cuánto lo quería.

El bienaventurado que me enseña todos los días el valor verdadero de la felicidad y los grandes beneficios de disfrutar las pequeñas cosas de la vida.

El desvergonzado que me confesó sus sentimientos durante un evento social enfrente de su familia y treinta invitados más, siendo irrelevante para él lo que ellos pudiesen pensar.

El abnegado que me trajo a mi ciudad natal a visitar a mis padres, sin importar cuánto pudiese dolerle a él revivir sus propias memorias paternales.

El demente que acaba de tirarse de espaldas desde el penúltimo piso de la 'Aguja Espacial' para demostrarme cuánto ansía tener una relación seria conmigo.

"Dile que sí, tonta", mi subconsciente me apunta la sien con una pistola. "Lo más lógico es que aceptes", mi raciocinio suena tan sabio como siempre.

Solo ha pasado un segundo. Y un segundo ha sido más que suficiente para rememorar todos los momentos tan positivos que este loco desquiciado me ha hecho vivir, sin esperar absolutamente nada a cambio.

¿Entonces por qué estoy tan insegura? ¿Por qué no puedo pronunciar un rotundo 'sí' sin temer qué pueda pasar si lo hago?

Siento un temblor en mis piernas y manos. La adrenalina que recorría a mil por hora mis tejidos, desciende, porque ahora tengo la seguridad que Matt está ahí enfrente mío, vivo. Que todavía podré disfrutar de esa demencia suya que tanto me fascina.

Tartamudeo, mientras Matt me observa esperando pacientemente una respuesta sincera. Will está pasmado, lleno de ansiedad.

Inhalo aire.

—Dijiste que... no me ibas a presionar—suelto las palabras más ridículas que he dicho en mi vida.

No puede ser. Me mato. Juro que me mato. Me tiro de esta asquerosa torre con forma de platillo volador.

Matt se petrifica. Deja de mostrar signos vitales tras mi respuesta tan nefasta que seguro no se esperaba.

Will, en cambio, suelta un grito.

—¡"SÍ"! ¡SOLO DI QUE SÍ!—se quita la cuerda que tenía alrededor de su cintura para estrellarla contra el suelo lo más fuerte que puede—. ¡NO TIENE NADA DE MALO DECIR QUE SÍ!

Desajusta la cuerda que recubre mi cintura para estrellarla también contra el piso. Luego, descontrolado, corre hasta el ascensor y entra en él cuando las puertas se abren.

—¡ESTAN DEMENTES LOS DOS! ¡DEMENTES!

Las compuertas se cierran.

Y eso es lo último que sabemos de Will.

Entretanto, contemplo al Matt sin signos vitales, que está ahí, incrédulo enfrente mío, porque no puede creer cuán malagradecida soy.

Malagradecida e idiota.

Pero sobre todo idiota. De hecho, mi idiotez es directamente proporcional a las ganas que tengo de matarme ahora mismo, porque acabo de rechazar disimuladamente la petición de noviazgo de la centuria.

Factura al corazón © DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora