Capítulo 95. Yo soy su madre

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Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 95.
Yo soy su madre

Un par de horas después de que Rosemary saliera hecha una furia del departamento 7-A, Margaux Blanchard despertó de su pequeña siesta, sólo para encontrarse con las miradas serias y rostros malhumorados de Roman, Minnie y su asistente Ingrid. La mujer francesa, sin embargo, no pareció particularmente alarmada por ello.

Margaux le pidió a Ingrid de favor que la dejara sola con sus anfitriones para poder hablar. El que le pidiera hacerse a un lado le resultó un tanto extraño a la abogada, e incluso pareció molestarle un poco. Pero Margaux alivió su malestar con una simple frase: «es mejor para ti de momento mantenerte ignorante de algunas cosas, querida Ingrid». Con ello comprendió que la conversación que estaba por ocurrir iría por un camino por el que, quizás, aún no tenía el estómago suficiente.

Ingrid se retiró del departamento, y los tres viejos brujos se sentaron de nuevo en el salón, en posiciones parecidas a las que habían tomado cuando Rosemary y Adrián estaban ahí, sólo que ahora Minnie y Roman eligieron sillones separados. Ambos comenzaron a contarle a su invitada lo acontecido, mientras bebían té preparado de las hierbas del huerto de Minnie. Habían incluso sacado la porcelana fina para la ocasión.

—Entonces no lo tomó bien, ¿verdad? —comentó Margaux con tono divertido, simplificando de cierta forma lo ocurrido.

—Todo esto es tu culpa, Roman —señaló Minnie secamente, consternando visiblemente al receptor de su acusación—. Has sido demasiado permisivo con ella estos años, dejándola hacer lo que se le diera la gana con el muchacho. Ahora cree que tiene derechos sobre él que no le corresponden.

—Es una mujer interesante, ciertamente —musitó Margaux como un comentario al aire, no dirigido a nadie en especial.

—Al final de cuentas es su madre —se defendió Roman con firmeza—, y ha sido un elemento importante para controlar a Adrián.

—¿Y de qué nos sirvió eso justo ahora?, ¿eh? —Contestó Minnie, desafiante, a lo que Roman se quedó en silencio.

Mientras ellos discutían, Margaux colocaba dos cucharadas de azúcar a su té, pues éste le había resultado bastante más amargo de lo que esperaba, aunque sin duda tenía un toque especial que provocaba una sensación agradable en la garganta.

—Creo que alguien debe decir lo que todos estamos pensando —señaló Minnie con una destacable seguridad, captando de inmediato la atención de los otros dos—. Ha llegado el momento de prescindir de Rosemary de una buena vez.

—¿Hablas de matarla? —Exclamó Roman, incapaz de ocultar su espanto—. Pero si es una de nosotros...

—Ella nunca ha sido una de nosotros; nunca —recalcó Minnie tajantemente—. Lo que pasa es que tú te terminaste encariñado con ella. Y también, al parecer, la cercanía a la muerte te ha ablandado más de la cuenta.

—Mucho cuidado, querida —susurró Roman con palpable amenaza—, que tú no estás muy lejos de mi posición actual.

—Pero a diferencia de ti, yo no me pongo a temblar con la idea —dijo Minnie con una sonrisa astuta—. Estoy más que lista para recibir el regalo del descanso. Pero no todavía...

Margaux los observaba en silencio con una sonrisita pícara, mientras daba pequeño sorbos de su taza de té. No podía evitarlo, pues su discusión le resultaba ciertamente divertida. Ver a un par de viejos compinches discutir por las cosas más pequeñas y banales, aunque no tuvieran relación directa con alguno, tenía cierta gracia. Presentía que bien podría haber sido el tema que los atañe, o qué cuadro colgar en qué pared, o qué platillo servir primero y cuál después en la siguiente fiesta. Llegados a cierta edad, cualquier excusa era buena, opinaba Margaux Blanchard.

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