Capítulo 38. Ya no puedes detenerme

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Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 38.
Ya no puedes detenerme

El mismo día que Carrie se encontró con Matilda en aquel parque, y le diera ánimos para aceptar la invitación de Tommy Ross, precisamente éste se apareció delante de su casa. Tommy la interceptó en la acera mientras ella se dirigía para allá desde el parque, justo a la hora en la que ella sabía que su madre regresaría. Carrie se sorprendió bastante por ese encuentro tan repentino, pero también se puso bastante nerviosa por la idea de que cualquier vehículo que doblara en la esquina, fuera precisamente el de su madre.

Tommy dejó muy clara su intención rápidamente: quería volver a invitarla al baile, dejando en entredicho que su primera respuesta no le había sido favorable. Esto de cierta forma alegró a la joven White, pero su insistencia también le agregaba algo más de incomodidad a la situación. De manera normal sería ya bastante difícil convencer a su madre de aceptar toda esa idea del baile; sería sin lugar a duda imposible si de entrada tenía que verla parada a lado de un chico justo delante de la casa. Se imaginaba las mil y una cosas que le diría y haría; y el tema del baile quedaría totalmente hecho de lado para siempre. Un poco por los nervios de que eso ocurriera, pero principalmente animada por la charla que acababa de tener con Matilda, decidió aceptar rápidamente la invitación, esperando que Tommy se fuera lo más pronto posible.

El chico se veía feliz por su respuesta; más feliz de lo que ella esperaba. Quedó de pasar por ella el sábado a las 7, y entonces se retiró. Y fue entonces, justo cuando estuvo de nuevo sola, que toda la realidad de lo que estaba pasando le cayó encima. Pero... no fue algo desagradable, en realidad. De hecho, por primera vez en mucho tiempo sintió una tremenda emoción y alegría recorriéndole el cuerpo entero. Iría al baile, con un chico guapo... como una adolescente normal. Eso era real, en verdad estaba pasando.

Esa noche no tocó en lo más mínimo el tema con su madre. Tenía que ver la forma y el momento adecuado. Pero no podía dejar pasar mucho tiempo; el día del baile llegaría en un abrir y cerrar de ojos, después de todo.

Al día siguiente, luego de la escuela, no quedó de verse con Matilda, pero tampoco se dirigió caminando directo a su casa como solía hacer si no se reunía con la psiquiatra. En cambio, se dirigió a la parada de autobús y tomó el que la llevaba al centro de Westover, un pueblo aledaño a Chamberlain. Su intención era dirigirse directo a Main Street, en donde se encontraban todas las grandes tiendas; el tipo de sitios al que sabía que las chicas iban con sus amigas a comprar todo aquello que no conseguían en los comercios más modestos de Chamberlain, o a veces sólo a pasear y comer algo. Luego de haberse aventurado a tomar en esa misma parada el camión a Boston, ir sola a Westover parecía una cosa de niños. Era increíble todo lo que se estaba aventurando a hacer en tan poco tiempo; su yo de un par de meses atrás, de seguro ni siquiera la reconocería.

Caminó por un rato viendo los aparadores de las tiendas, admirando los vestidos que en ellos exhibían, delineando las delgadas figuras de los maniquís. En algunas ocasiones ya se había imaginado a sí misma usando algo así, pero la idea de realmente hacerlo se sentía bastante lejana, como una fantasía imposible. Pero ahí se encontraba ahora, a punto de hacerlo realidad. Los vestidos de los aparadores eran hermosos, pero ella tenía en su mente una idea específica de cómo debía de verse, y ninguno de ellos le satisfacía. Al final, la idea de hacerlo ella misma, justo y como se lo imaginaba, la tentó más que cualquier otra. Si existía algo bueno entre toda las cosas que su madre le había enseñado, eso era en definitiva la costura; ¿por qué no aprovecharlo?

Usó casi todo el dinero que había ahorrado de los trabajos ocasionales que hacía con su madre, en comprar un largo trozo de tela color rosa salmón; justo el tono que quería, eso tenía que ser el destino. No había forma de que lo hubiera conseguido en las tiendas de Chamberlain en donde su madre acostumbraba comprar las telas. En ninguna de ellas podía existir algo tan hermoso.

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