IX

66 8 0
                                    

Eran tierras desconocidas. Tierras sin nombre y sin gobernantes. Lo único que habitaba ahí eran cadáveres. Desde las alturas, a lomos de Morhen, miró debajo de ella el gran cementerio de cybertronianos de antigüedad desconocida: cientos de cuerpos sin identificar, fosilizados con el tiempo, dispersados en partes en unos casos.

Esa parte de Cybertron se podría definir como «tierras imnombrables». Poco se sabe qué hay ahí, sin embargo, estando en el lomo de un predacon puede imaginarse qué clase de seres o régimen está en esa zona peligrosa.

En el tiempo que llevaban volando, el mapa que según ella había memorizado no concordaba con lo que veía. Surgieron errores de cartografía, porque al suroeste se encontraba Kaon, en vez de eso estaban volando por esos campos desolados.

«Su orientación ha estado mal desde hace tiempo. El mapa que conoce no se ha actualizado debidamente». El predacon habló con ella.

Raegan dirigió su mirada a la cabeza del predacon, este ladeó un poco la misma para que su óptico izquierdo la viera.

—¿Por qué nuestro mapa está mal? —preguntó ella.

«El planeta se ha estado moviendo. Este lugar produce una anomalía extraña desde hace unos dos siglos que podría desorientarlos si no están familiarizados. No obstante, para nosotros, es una ventaja. Conocemos muy bien nuestros cielos y terrenos».

—¿El predacon sabe porque nuestros mapas no concuerdan con lo que vemos? —Grimjaquez preguntó. Raegan lo mira por encima de su hombro.

—Una anomalía proveniente de esta zona. Nuestros mapas son obsoletos.

—Chatarra —gruñó Crankcase.

—¿A dónde nos lleva el predacon? —Fue Daygon quien pregunta esta vez—. No veo ninguna base o lugar para descansar.

—Al parecer este es el lugar.

Fue lo único que dijo Raegan antes de que Morhen bajara de repente: caían en picada hacia un gran cañón por donde continuó volando siguiendo el serpenteando y enorme camino que se abría delante de ellos.

Daygon se sujetó de ella y Raegan de la aleta del predacon, el resto hizo lo mismo. Siguió volando por ese cañón gris, hasta que Morhen se alzó más y quedó por encima de los campos. A lo lejos empezó a distinguirse un pedazo de metal enorme cuyas orillas estaban bordadas por enormes picos de metal. A primera vista, los picos parecieran tener la altura de poco más de cien metros.

Cuando el predacon pasó volando sobre esa frontera, de cinco picos de ancho y de grosor de sesenta metros de diámetro, pudo ver la gran fosa que emitía humo de su interior. El suelo de ese lugar se encontraba limpio, era extenso y plano para cualquier construcción. Dos cosas que le llamó su atención fueron ocho rugidos nuevos que eran iguales al de Morhen, lo que significaba que el predacon tenía compañeros; y lo otro fue la enorme estructura metálica casi parecida a una montaña, en la base se encontraba una entrada enorme. Al menos cuatro transbordadores podrían pasar uno por encima de otro.

Su sorpresa fue interrumpida cuando ocho predacons iguales a Morhen se alzaron en vuelo desde tierra y empezaron a volar a su alrededor. Todos emitían bajos siseos curiosos y todos sus ópticos estaban en ella. Morhen gruñó algo que hizo que uno de los ocho nuevos predacons saliera de ese lugar por donde su grupo vino. Hatchet. El pobre no podría ir a pie desde donde se quedó.

Cuando Morhen aterrizó y se agachó para que bajaran, las demás bestias aladas aterrizaron a su lado.

Sus guardias y los Dreads bajaron del predacon, el penúltimo en bajara fue Daygon siendo seguido después y  último por Raegan.

La Última Vargueryon (TF Fic)Where stories live. Discover now