«milagro»

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Una fiebre, solo eso. Debía ser fuerte, tenía que serlo.

Se retorció en su cama, temblando y agonizando. Las extremidades le dolían y un cosquilleo se había apoderado de su cuerpo.

Cerró los ojos y entreabrio los labios, sin terminar de comprender porqué debía de ser así, porque si Demian había demostrado ser tan poderoso, simplemente no podía curarlo y ya.

—Tus padres son religiosos, pero no idiotas. Y los médicos no creerán eso de que, de un momento a otro, volviste a caminar—explicó horas antes, al borde de su cama, observando con recelo la puerta—. Una fiebre, solo eso. Dirás que te sientes mal, un desmayo y cuando despiertes en el hospital, habrás recobrado lo que perdiste.

—Por tu culpa—atacó, desafiante, con los ojos miel inspeccionando su rostro.

—Si, si; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa—citó el pésame golpeando su pecho y al final sonrió ladinamente, con burla—. Eso ya no importa, tú solo intenta gritar lo más fuerte que puedas cuando te sientas mal. Ella vendrá, llamará a Jared y pronto todo pasará.

Él asintió, desconfiado, y cuando llegó el momento no pudo hacer más que llorar y arrepentirse de la decisión que había tomado.

Sus padres se encontraban extrañados al no tener noticias de Simon. Había comentado a su madre que iría a la casa de un compañero para realizar un trabajo y no había llegado a cenar, pero cuando Tim vió a su primo llegar con aires de suficiencia, supo que algo andaba mal. Y aunque el rizado le aseguró que solo había aclarado el panorama para su hermano, él no lo creía, simplemente no lo hacía.

Su vista se nubló y se vió obligado a arquear la espalda mientras sentía como un frío sudor le recorría la espina dorsal.

—Mamá...—gimió, apenas audible, ahora temblaba mucho más, le era imposible contener su propio cuerpo—Mamá... ¡Mamá!—pudo al fin gritar luego de ver la figura oscura a sus pies, acariciando los mismos—. ¡Mamá, papá!—aquella silueta alta y delgada levantaba una garra para clavarla en sus pies desnudos, y sabía que podía morir allí mismo si nadie lo socorria.

Comenzó a llorar, demasiado fuerte, desgarrado. Y lo próximo que sintió fue su cuerpo desvanecerse por completo. Todo era oscuro, y las voces de sus padres inundaban el lugar.

—¡Tim, Tim, mi amor, que pasó!—la mujer rubia se encontraba desesperada junto al muchacho, tomándolo entre sus brazos, viéndolo convulsionar—. ¡Jared, está volando en fiebre, está convulsionando!—gritó al hombre que confuso llegaba al marco de la puerta. Encendió la luz e ingresó al dormitorio—¡Haz algo, por favor!

—¡Ponlo de costado!—le indicó, pero tuvo que hacerlo el mismo porque Carolina simplemente no dejaba de sollozar—. Iré por el auto, despierta a Demian, dile que debemos ir al hospital. ¡Ahora!

La mujer salió de su ensoñamiento cuando oyó una voz ronca a sus espaldas que declaró que todo estaría más que bien.

Las mejillas del rubio se encontraban al rojo vivo, y sus ojos estaban en blanco. La espuma salía a mansalva de entre sus labios, y la habitación se encontraba demasiado fría, como si no hubiera vida en ella.

† † †

La blanquecina luz lo cegó, y el dolor inmensamente grande en sus piernas. Abrió los ojos despacio, intentando asimilar donde estaba. El hospital, con su madre sentada en una estrecha silla de plástico, sollozando.

—¿Mamá?—llamó en un hilo de voz. Todo su cuerpo dolía. Era la primera vez en años que se sentía tan vivo.

—Gracias a Dios, Tim... Mi amor—se puso de pie inmediatamente, acunando su rostro—. Nos asustaste, no sabíamos que ocurría y...

—Mamá... El médico, ¿ya vino? ¿Que me sucedió?—intentaba sonar lo más desconcertado posible, aunque deseaba que su madre supiera cuanto antes que todo había vuelto a la normalidad.

—Dijo que quizás tuvieras un virus. Tienen que hacerte unos estudios, pero tranquilo, ¿bien? Todo estará bien.

El menor curvo sus labios en una media sonrisa triste y se sentó lentamente en la camilla.

—No, no, no te esfuerces demasiado. En un momento vendrá el doctor y...

—Mamá, puedo sentir mis piernas—la interrumpió y rió bajito, con los ojos chispeantes. La mujer negó repetidas veces y lo observó confundida—. Mira—indicó, tirando de la pulcra sábana para dejar sus pálidas piernas a la vista, y comenzó a mover su tobillo en dirección a ella. Los dedos del pie lentamente descendían y la mujer no podía creerlo.

Se apartó del muchacho y cubrió su boca. Era realmente inesperado. Su corazón de madre deseaba creer que la fiebre pasaría y todo seguiría como antes, pero nunca imaginó que algo así pudiera ocurrir.

Jared ingresó al cuarto y casi se desplomó. Tampoco podía creer lo que estaba viendo. El rubio le sonrió y el ojiverde tuvo que apoyarse en la pared para no caer de bruces.

—Supongo que tendré que llamar al doctor yo mismo—informó el rizado que se encontraba con la cabeza apenas asomada a la habitación. Le guiñó un ojo y desapareció.

Su madre lo abrazó demasiado fuerte, y cuando Jared se acercó le acarició las piernas, con lágrimas aún descendiendo por sus mejillas.

Había sido demasiado duro verlo desde pequeño en una silla de ruedas, y también tener que lidiar con el estrés postraumático que le había causado aquel incidente a tan temprana edad, y aquello simplemente no tenía una explicación, era casi imposible.

—Todos estos años de oraciones...—comenzó a hablar su madre mientras se aferraba más a él.

—Es un milagro—declaró su padre, que le revolvió el cabello—. Este es un milagro de nuestro Señor. Te bendijo a ti, hijo mío, curó tus piernas...

El ojimiel quiso decir que así era, pero sabía que esto le costaría, demasiado caro. Aunque de igual manera todo tuviera precio.

Fue el hijo de la Bestia el que me curó, no Dios, pensó.

—Amén.

† † †

Le había asegurado a su tío que todo estaría bien, que esperaría a Simon en la casa para darle las buenas noticias, pero aquellas estaban demasiado lejos de ser las verdaderas intenciones del rizado.

Había tenido una imagen en la mente toda la noche, grabada a fuego, y le era imposible dejar de verla cada vez que cerraba los ojos.

Ni bien puso un pie en la casa, se dirigió a su cuarto y sacó uno de sus cuadernos y con un lápiz negro y los ojos cerrados comenzó a dejar que cada trazo fluyera.

Las voces susurraban en su oído, y su pecho dolía. Inspiró el aroma pútrido que se esparcía por el lugar y al finalizar, alzó la delgada hoja para observar su creación.

Una tétrica y pequeña cabaña en medio del bosque. Y una mujer delgada, de largos cabellos negros parada justo a su lado.

Es hora. Ve a casa, ella te espera.

AntichristМесто, где живут истории. Откройте их для себя