«el bien y el mal»

170 30 47
                                    

El ángel, por sobre su hombro, miró a cada uno de sus hermanos. Vestidos con sus prendas de batalla, cascos en sus cabezas y alas blancas ocultas. Eran alrededor de cuarenta; si la última vez lo había puesto entre la espada de la pared, había sido solo por voluntad de Dios. Esta vez no lo haría, acabaría con el problema de raíz, y se encargaría del daño colateral, de aquella criatura asquerosa a la que había dejado ir hacía cinco años.

—¡Dios está con nosotros, hermanos míos, tengan presente ello todo el tiempo!—exclamó el ángel, paseando su mirar por el ejército—. ¡Esta noche no correrá más sangre de inocentes, esta noche se hará justicia!

—Que peculiar concepto de justicia tienes, Samuel—la voz ronca y profunda a sus espaldas lo sacó de su trance. Era el anticristo, que con aires de suficiencia y una capa larga y esmeralda se acercaba hasta él. A su lado, un prepotente hombre de ojos azules brillantes—. Lo justo sería, ¿qué?, ¿inundarlo todo?, ¿dejar a quién tu Dios no considera lo suficientemente bueno a mi merced?

El ángel escupió a sus pies, en señal de repudio.

—¿Será así, cuñado?—consultó con burla—. Pensé que quizás las buenas noticias te alegrarían. Mi hija querrá saberlo todo de su tío, y quizás más. Deberías de enseñarle a cohibir al enemigo desenvainando la espada—dijo esto observando su accionar con una sonrisa chueca—. Aunque quizás sea ella quién te enseñe a ti.

—Aún hay tiempo—habló en dirección al castaño—. Nuestro Padre aún puede perdonarte—intentó acercarse al atónito muchacho, pero el rizado lo cubrió con su cuerpo, colocando una mano protectora en su vientre—. Sé que quieres deshacerte de este gran embrollo en el que te metiste. Con un chasquido de dedos podemos quitarte a esa niña; no vale la pena luchar contra el ejército de nuestro Señor. Él te ama.

Las orbes índigo se inundaron y agachó su cabeza hasta dar con aquella mano llena de anillos que acariciaba su barriga. La pequeña en su interior daba brincos de alegría, totalmente ajena al caos en el exterior.

—Eres un hipócrita—fue Demian quién con desprecio escupió eso—. ¿Crees que me quitarás a mi hija y a mi ángel, eh?

—Ya ni siquiera es un ángel, tampoco uno caído. Ahora es un simple y burdo humano. Le quitaste las alas a mi hermano y se las diste, ¿para qué? No las veo por ningún lugar. Destrozaste mi corazón, Ezra, lo hiciste—volvió a atacar en su dirección.

—Que no se te olvide que fui yo quién acabó con tu Tristán.

—Tú eres menos que escoria, y no quiero que vuelvas a dirigirme la palabra—respondió reacio y oyó la cínica risilla del rizado chocar con su mejilla.

Con un movimiento rápido logró tomar su cuello y apretarlo con fuerza, quitándole casi por completo el aire.

—Esta escoria te quitó a tres de tus ángeles sin mucho esfuerzo. Te dejó mordiendo el polvo, y ahora, te quitará a todo tu ejército; ¿tienes alguna otra cosa que decir?—levantó su mano y formó un puño. Lo sintió retorcerse, intentando zafarse sin demasiado éxito y con una sonrisa ladeada fulminó a cada hombre en el lugar. Se tomó incluso el tiempo de cerrar los ojos y disfrutar sus gritos y quejidos de dolor. Extinguiría su alma de la faz de la tierra y del universo mismo. Y una vez más demostraría cuan poderoso era.

Al terminar y dejar en el suelo húmedo un camino de cenizas, hizo que una fuerte ventisca soplara y se llevara lejos a lo que quedaba del formidable ejército. Volvió dónde su marido y lo sintió temblar de nervios. Acababa de ver como Demian asesinaba a los mejores guerreros sin ningún esfuerzo sobrehumano, siendo tan solo un híbrido.

Sabía que ahora su Padre no solo lo había dotado de un trono en la tierra, sino también le había obsequiado una fuerza incluso tan grande como la suya, pero era demasiado para digerir, y sentía que las náuseas se apoderaban de él con cada corto suspiro que daba.

AntichristWhere stories live. Discover now