«la venganza puede ser agridulce»

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El rizado ingresó al club hecho una furia. No podía evitar fulminar con la mirada a cualquiera que se atravesara en su camino, ni tampoco podía retener por mucho más tiempo aquella ira asesina que lo invadía por completo.

Estaba realmente enojado, y cansado. Pocas horas de sueño lo acompañaban, ¿y la razón? Simple, por primera vez en cinco años Ezra se había negado a dormitar con él en la misma cama.

—Hoy dormiré en el cuarto de huéspedes—informó a penas lo vió pasar el umbral.

Las cosas no marchaban bien un día después de aquella discusión acerca de a quien le pertenecía su corazón y su cuerpo. Un ángel caído inseguro y celoso no era fácil de tratar, y el anticristo, siempre rebelde e impulsivo ya no sabía como calmarlo, ni tampoco que tan lejos llegaría solo para herirlo.

—Debes estar bromeando. Vamos, sabes que no hay nada que un par de besos no arreglen—bromeó, llegando al tocador en el cual el castaño se encontraba ensimismado, observando su bella y tersa piel, con el entrecejo fruncido y un dolor punzante en su estómago.

—Ni siquiera estoy de humor para verte. Solo respeta mi decisión. Tomaré una ducha e iré a la habitación de huéspedes.

Sin más, esquivó al muchacho que azorado lo analizaba con la mirada acuosa.

Cinco años juntos, y cada pelea la solucionaban teniendo sexo. Demian siempre tomaba la iniciativa, lo sujetaba por la cintura con sus grandes manos y dejaba un camino de besos húmedos por su cuello. Se deleitaba ante su dulce sabor, siendo espectador de aquellos apasionados y salvajes orgasmos. Pero esta vez ni siquiera eso había sido suficiente.

—Afuera... Los demás... Pueden pensar lo que quieran—había musitado cuando el ojiazul, con los labios entreabiertos se meneaba sobre su regazo—. Quién manda en esta habitación eres tú. Siempre... Mierda, no te detengas—pidió sujetando con fuerza sus caderas mientras el contrario obedecía—. Siempre serás tú, mi dueño. ¿Oíste? Siempre.

Subió las escalerillas hasta dar con el cuarto que funcionaba como oficina y reservado en el cual siempre que quería se divertía con sus amigos. Ni bien abrió la puerta se encontró con el moreno, que sobre sus piernas tenía a la rubia encantadora con la que llevaba cuatro años saliendo.

Ni siquiera les prestó atención, se dirigió a la mesa en la cual sus bebidas reposaban y tomando un whisky lo ingirió todo de una vez.

—Necesito más de esto. Tráeme más, Zamir—ordenó, apoyándose en la mesa, tensando los músculos bajo la gabardina mojada.

—Veo que no solucionaste tu pequeño problema con Ezra—bromeó mientras se ponía de pie y llegaba a él para darle suaves palmadas en el hombro—. No creo que una botella llena, incluso todo el bar sea suficiente para que te tranquilices.

La rubia lo analizó y le sonrió desde su lugar.

—La respuesta a la pregunta que él no hizo. Ve por más, cariño, te espero aquí.

El moreno se limitó a asentir, sin ser capaz de reprochar nada a su pareja, aunque dudando de las verdaderas intenciones del rizado. Lo conocía, sabía que siempre estaba al acecho, pero por una u otra razón que no terminaba de comprender, confiaba ciegamente en su socio.

Una vez que se quedaron solos, Summer tomó asiento al filo del escritorio, con aquel ceñido vestido negro pegándose a sus muslos. Demian se giró para obsequiarle una triste sonrisa y llegó donde ella.

—Estas cansado de toda esa mierda, ¿no es así?

—¿Qué fue lo que Zamir te dijo?—consultó irritado, sabiendo que lo que menos podía hacer era cerrar su boca.

AntichristWhere stories live. Discover now