«la sangre no pesa más que el agua»

284 41 28
                                    

El moreno se encontraba nervioso, de pie frente a la puerta color rojo sangre. Mordisqueaba sus uñas con furia, mientras la mano de la pelinegra acariciaba su hombro.

—No entiendo, ¿Por qué tarda tanto? ¿Se supone que es así con todos o solo...?—comenzó a titubear, pero ella lo silenció.

—Shh, tranquilo niño—acarició su rostro con suavidad—. Él puede oler tu miedo, y no hay un aroma que le guste más que ese.

—Pero esta demorando demasiado, y... ¿Qué es esto de la entrevista? Pensé que sería como venderle tu alma al diablo.

—No es así, querido mío—lo observó de pies a cabeza; su negra y lujosa gabardina, su barba perfectamente recortada y sus ojos café profundos. Era un espécimen magnífico, y estaba frente a ella, pidiendo consejo, a punto de entrar en la boca del lobo—. Eres el número doce. O lo serás si él lo aprueba, y eso es muy especial, créeme. No hace las cosas como su padre, porqué necesita conocer a quién se entregará a él, a quién... No puedo hablar más—admitió, agachando la cabeza.

El moreno abrió los ojos como plato, teniendo muchas más preguntas que antes.

—Agatha, hablarás o sino...—comenzó a amenazarla, jalando de la capa negra pero el crujido de la puerta a sus espaldas lo hizo detenerse.

—Mi señor—habló ella, sin levantar la mirada, pero el moreno ya se había girado, quedando frente a frente con el jóven.

El anticristo. Que lucía sus rizos chocolate sueltos, con su traje negro entallado, su camisa impecable y su corbata verde musgo, a juego con sus ojos. Le obsequió una mirada y el contrario acortó la distancia entre ambos.

—Carne fresca—gruñó y empequeñecio en su lugar. Comenzaba a sudar, y sentía miedo, mucho más que antes. No sabía realmente donde se estaba metiendo, y por primera vez desde que había sido consciente de la existencia del hombre se sentía sucio por lo que estaba a punto de hacer—. Ven, yo no muerdo. No al menos que sea lo que tú quieras—la mano pálida y llena de anillos se posó en el cuello de su abrigo y lo condujo al interior de la habitación.

Los ojos del pelinegro viajaron por el cuarto que era mucho más grande de lo que aparentaba. Admiró el lienzo en el que el hombre se mantenía serio, con sus ojos vívidos y cada uno de sus poros definidos; sin calefacción alguna el lugar se mantenía cálido y eso hizo que se estremeciera.

Se encontraban en la casa de Agatha Monroe, en un cuarto que había destinado al rizado, para que funcionara como una especie de oficina. Aquella cincuentona que le había asegurado que entregarse en cuerpo y alma a Demian Jonhson le había cambiado la vida por completo, y era lo único que querría después de conocerlo.

—Rara vez veo hombres como... Tú—comenzó a penas lo vió sentarse en el sofá de cuero negro. Tomó asiento frente a él y lo observó con detenimiento mientras cruzaba las piernas.

Él rió con nerviosismo de inmediato, demasiado rígido aún.

—¿Un hombre como yo?—repitió con un hilo de voz. Carraspeo bajo la atenta mirada de su entrevistador y se posicionó mejor en el sofá—. Y... ¿Como se supone que soy?

—¿Y aún me lo preguntas?—se puso de pie y llegó hasta él a paso lento—. Tú deberías saber como eres, yo solo puedo admitir que nunca llegó a mí alguien como tú, con una ambición tan grande e infravalorada—. Le sonrió, detallando sus largas y gruesas pestañas, la manera tan sumisa en la que lo miraba desde allí abajo. Y se sentía bien, realmente pensó que sería el indicado—. Así es, Zamir Mercan. Ante mi muchos hombres y mujeres se sentaron, y todos deseaban lo mismo: poder. Mucho dinero, para llenar los huecos en sus corazones, para conseguir lo que sea que se les negó desde pequeños. Agatha salió con el cuento de que el aroma que más me gusta es el del temor, ¿no es así?—cuando él asintió, embobado, Demian soltó una carcajada—. Es uno de los que más placenteros, no puedo negarlo, pero no es mi favorito—tomó asiento junto a él y tomó sus manos entre las suyas, acariciandolas.

AntichristWhere stories live. Discover now