«que se haga nuestra voluntad»

229 33 47
                                    

El rizado, de pie junto a la ventana, con los dedos enredados en la tela blanquecina, suspiró, intentando convencerse de qué, como Louis le aseguraba, todo estaba bien.

Repasaba una y otra vez la noche anterior, el rumbo que su conversación había tomado. Sabía que debía obtener un "si" explícito de su marido para hacer algo, pero el mensaje era tan claro... Lo quería, realmente deseaba aquello, desde hacía décadas; se sentía sucio por aquellos pensamientos, pero no podía simplemente dejarlos ir.

El teléfono pesaba demasiado en el bolsillo de su pantalón. Solo una llamada y lo obtendría, y podría hacer feliz al ojiazul.

—Él me lo contó—soltó Demian mientras sus manos cálidas viajaban por la curva de su cadera desnuda—. Tristán... Dijo que yo no era el primero, que sólo te había atado a mí, que te había dejado sin opciones—bajó la mirada, demasiado avergonzado por recordarlo después de tener sexo, cuando aún se encontraban bajo la seguridad de sus mantas gruesas.

Ezra, casi inocente y desentendido, le acarició la mejilla, posicionando su mano allí.

—Dijo que en algún momento tú te cansarias, te darías por vencido conmigo como lo hiciste con los otros.

—Demian—lo llamó de forma torpe, rozando con dulzura sus labios—. Amor, ¿fue por eso que lo hiciste? Dime.

Un par de lágrimas descendieron por sus mejillas, pero rápidamente el pulgar del demonio las alejó.

—En parte, él dijo la verdad—aceptó, llamando la atención del rizado, haciendo que lo observara con curiosidad y tristeza. Le sonrió de lado y se acostó sobre su espalda, atrayéndolo por los hombros hasta su pecho. Cuando lo tuvo allí, comenzó a acariciar sus rizos crecidos, armando y desarmando con delicadeza—. Tú no fuiste mi primera misión. Y es más, me eligieron para... Acabar contigo porque me iba realmente bien con los otros chicos.

—¿Con los casos perdidos?—repitió lo que el ángel le había dicho.

—No eran casos perdidos, amor. Eran hombres que tenían otra manera de ver la vida, supongo...—se detuvo por un momento, y una de sus manos viajó hasta sus omóplatos, trazando círculos allí—. Y yo no me di por vencido con ninguno, tan solo... Algunas cosas se salieron de mi control, y no pude hacer lo que debía.

—Te enamoraste—lo acusó.

—Algo así. Es difícil no sentir algo por quienes intentas ayudar...

—¿Qué me hace distinto a ellos?

—Tú no eres un simple humano, ni eras malo por elección. Y esta vez fue mutuo—simplificó, con una verdadera sonrisa en los labios—. Lo digo en serio; yo sabía que tú no cambiarías, y que lo hicieras, pues de una u otra manera no mejoraría ni empeoraría nuestra situación. Yo te amaba por quién eras. Y te amo hasta ahora, sabiendo quién eres. Y tú hacías lo mismo conmigo.

—Pero yo no tenía instrucciones explícitas de no enamorarme de ti.

—Y yo tampoco—recordó—. Demian, tu padre hizo cosas imperdonables para formarte a su imágen y semejanza. No te quería cerca de mí, y te lo advirtió de mil y un maneras. A veces agradezco que hayas sido, en aquel momento, lo suficientemente fuerte por los dos; porque para ser sincero, más de una vez pensé que serías tú el que acabaría conmigo.

Demian frunció el entrecejo, disgustado por la última frase. Se colocó a centímetros de su rostro, apoyándose a cada lado de su pequeño cuerpo. Su respiración, tan húmeda y caliente, impactaba directamente contra el rostro del contrario, que ahora luchaba por no dejar que las lágrimas se hicieran presentes.

AntichristWhere stories live. Discover now