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Terminar un proyecto importante de la escuela, es una de las sensaciones de paz que más me agrada disfrutar

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Terminar un proyecto importante de la escuela, es una de las sensaciones de paz que más me agrada disfrutar. Es como si te quitaras un peso de los hombros y por fin puedes respirar con normalidad. Vale, quizá esté exagerando, pero me siento libre luego de dar por concluido un trabajo escolar que me tenía muy preocupado. Por suerte, Molly y yo hacemos un excelente equipo cuando de proyectos se trata.

He pasado toda la tarde en su casa, y cuando me dispongo a volver a la mía, el cielo ya se ha pintado de un tono violeta con las nubes difuminadas de color naranja. Hoy opté por tomar el autobús de regreso, sin embargo, comienzo a arrepentirme cuando caigo en la cuenta de que se me dificulta reconocer las calles de noche.

Sigo caminando y dejo caer mi mirada sobre la pantalla de mi móvil, en donde tengo abierto el contacto de Christhoper. Después de haber reflexionado gracias a las palabras de mi hermano, estoy listo para llamarlo apenas suba al autobús. Por lo pronto, guardo el dispositivo para concentrarme y ubicar la avenida principal.

No voy a negar que me encuentro nervioso, pero en serio quiero arreglar las cosas —si aún se pudiera, claro—, de lo contrario, solo me queda resignarme y continuar mi vida sin él. Pero no quiero pensar de manera negativa, como dice Estefano: la negatividad es atraída por el pensamiento; y mi propósito ahora es reconciliarme con mi chico.

Decido tomar una ruta que se me hace familiar. Cruzo la calle y sigo de frente por una avenida que no conozco, pero estoy seguro de que, al girar, terminaré en un cruce de calles que finaliza en la avenida principal.

Y no.

Cuando volteo la calle, no hay salida. Miro a mi alrededor y empiezo a preocuparme cuando me doy cuenta de que estoy desorientado en una cuadra sólida. No hay nadie, ni un alma. Trago saliva y retrocedo unos pasos para retomar el camino por donde vine, pero me detengo en seco al ver que un tipo encapuchado se aproxima desde una distancia considerable.

Me pongo en alerta y prosigo mi camino con la intención de parecer lo más calmado posible porque en mi mente ya me estoy imaginando lo peor. No obstante, al pasar por su lado, acelera el paso hacia mí y me intercepta, a la vez que me apunta con una navaja.

Lo primero que se me viene a la mente es mi laptop que está dentro de mi mochila.

—¿Estás perdido? —pregunta y acerca más el arma, provocándome un escalofrío al sentir el roce de la punta en mi cuello.

Bajo la mirada hasta su mano, tiene tatuado en el dorso el ojo de un águila y las venas se le marcan sobre la piel. Vuelvo a tragar saliva y, de manera instintiva, recuerdo lo que siempre aconseja Sigrid en estos casos: si el ladrón tiene un arma, se le debe entregar todo y no forcejear.

Por un momento, se me pasa por la cabeza tirarle una patada entre las piernas y salir corriendo. Mas no quiero arriesgarme. Cuando estoy nervioso me vuelvo demasiado torpe y, si no sale como planeo, puedo morir desangrado en medio de la calle.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora