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La noche nos pilla en plena carretera

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La noche nos pilla en plena carretera. Desde el interior de la camioneta, observo las últimas calles de la ciudad y me despido de ellas con una sonrisa de gratitud. He pasado una tarde genial en Seattle y ahora solo anhelo volver una próxima vez para reencontrarme con la agradable energía que he percibido hoy.

Es inevitable sentir un poco de escalofríos cuando el paisaje se vuelve tenebroso a mitad del camino. Los campos oscuros nos custodian a cada lado mientras los atravesamos y, por un momento, el ambiente tétrico me inspira una horrible sensación de miedo.

Solo las luces del coche iluminan la autopista y me siento como si estuviera en los zapatos de un protagonista de una película de terror. Por más que no quiera, mantengo la mirada al frente y me planteo no voltear a mirar por la ventana. Mis caóticos pensamientos me presentan una escena en la que una mujer vestida de blanco o un loco con motosierra se aparecen en medio de la pista y el coche se detiene de forma inesperada.

«Tengo que dejar de ver esos programas paranormales», me digo para no acrecentar mi temor.

—Está tenebroso, lo sé —concuerda Christhoper al ver cómo me hundo en el asiento y me cruzo de brazos—. ¿Prendo la radio?

Niego con la cabeza. Estoy muy concentrado en el camino y tener la música de fondo mientras me imagino cosas, solo va a acrecentar mi ansiedad. Prefiero ir en silencio y a la expectativa de notar si hay algo extraño en la carretera.

Dejo de ver al frente cuando pasamos por el bosque, pues mi imaginación empieza a jugarme una mala pasada y le busco formas de monstruo o personas a las sombras de los árboles. Así que paso a revisar el Instagram como alternativa de distracción para terminar con este comportamiento tan inmaduro. Un par de minutos después, la señal empieza a fallar y recurro a mi galería como segunda opción.

Sin embargo, y para nuestra mala suerte, una gota cae sobre el parabrisas, provocando que Christhoper y yo nos miremos preocupados, con los labios y los ojos entreabiertos. Maldigo cuando una segunda y tercera gota no se hacen esperar y caen acompañadas de decenas de gotas que terminan por humedecer el parabrisas.

Christhoper enciende el limpiador para quitar el empañamiento y reduce la velocidad.

—Tendremos que esperar a que termine de llover. No podemos arriesgarnos a continuar y sufrir un accidente —sugiere él, muy preocupado al igual que yo.

—A pocos metros hay una especie de restaurante con un estacionamiento —informo después de buscar en Google Maps un lugar donde ubicarnos. Al ser una carretera oscura, es peligroso si nos detenemos aquí.

—¿Es donde se encuentra ese cartel? —Señala a lo lejos y entrecierro los ojos para afinar mi visión.

—Parece que sí.

Efectivamente, avanzamos y llegamos a un restaurante de comida rápida que tiene un pequeño estacionamiento con áreas verdes. En el interior, las luces están apagadas y detrás de la puerta de cristal se lee un cartelito que dice «cerrado». Solo ha quedado encendido el cartel electrónico que se levanta sobre el restaurante y que intuyo debe ser como una señal para saber que estamos a minutos de llegar a Portland.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now