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No hay un solo día en el que me pregunte si acaso llegué tarde a la fila cuando Diosito estaba haciendo la repartición de la «buena suerte»

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No hay un solo día en el que me pregunte si acaso llegué tarde a la fila cuando Diosito estaba haciendo la repartición de la «buena suerte». Y es que, a lo largo de mi vida, siempre me he visto rodeado de situaciones desfavorables, como por ejemplo, ser atrapado cuando cometía travesuras, ser víctima de bullying en la primaria, decepciones amorosas, detención escolar, sacar el número uno en los sorteos de las exposiciones de la escuela, entre otras cosas más que me frustran de tan solo recordarlas.

Y lo peor que me pudo haber pasado en este mes, es romper por accidente el florero de mi madre; el mismo que papá conserva como reliquia importante de su último viaje juntos a España antes de que ella falleciera. Joder, eso me hubiese costado el castigo de mi vida si un amigo no me hubiese ayudado a encontrar un restaurador profesional que reconstruya el florero y lo deje como nuevo.

No obstante, ahora que acabo de recibir la llamada de Carlos, el restaurador, diciéndome que mi florero ya está listo, no tengo quien me pueda acompañar a Seattle a recogerlo. Y es que, una de las desventajas de ser menor de edad, es no poder viajar a otro estado sin el permiso de tus padres. Así que concluyo que mi hermano me puede ayudar en esto. Él es muy hábil, sabrá darme una pronta solución en los próximos minutos.

Me llevo el móvil al oído mientras espero, paciente, a que él responda del otro lado de la línea telefónica.

—¿Aló, Nico? —contesta después de la cuarta timbrada.

—Hola, Estefano —inicio diciendo con timidez, aunque él ya está al tanto del problema con el florero de mamá. Solo que no sé si tenga la disponibilidad de poder conducir doscientos setenta y ocho kilómetros ahora mismo—. Te llamaba para pedirte un pequeño favor.

—Claro, ¿de qué se trata? —pregunta enseguida.

—Necesito que me lleves a Seattle, ahora —indico y me muerdo el labio inferior a la vez que aguardo una respuesta de su parte.

—¿A Seattle? —La duda en su voz me hace presentir que no podrá ayudarme—. ¿Para qué? 

—Pues, ¿recuerdas que te conté que rompí el florero de mamá hace un par de semanas?

—Sí.

—El restaurador me acaba de llamar para decirme que ya está listo y no puedo tomar un bus porque soy menor de edad.

—Ah, cierto —musita—. Lo lamento, Nico, pero papá me ha pedido que lleve a Ximena a conocer la hacienda, de lo contrario, te hubiese ayudado.

Suelto un sonoro suspiro y formo un mohín de decepción.

—Vale, pierde cuidado —le digo—, veré qué puedo hacer. Gracias de todas maneras.

—¡Espera! ¿Te parece si le pido a uno de mis amigos que te lleve? —propone y las comisuras de mis labios se elevan en una sonrisa de esperanza—. Solo déjame hacer unas llamadas y te aviso, ¿vale?

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now