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Descanso mi cabeza en la parte trasera del asiento mientras pestañeo varias veces para quitarme el empañamiento de los ojos

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Descanso mi cabeza en la parte trasera del asiento mientras pestañeo varias veces para quitarme el empañamiento de los ojos. Acabo de despertar de una corta siesta que me he concedido para recuperar —o al menos intentar hacerlo— el sueño de anoche, pues me desperté con cada ruido extraño que provenía de afuera de la tienda de acampar.

La batería de mi móvil está en cero, pero llegué a leer un mensaje que me envió Paul para que vaya a ayudarle en el refugio de animales por la tarde. Por ello, necesito recargar energías al menos a un ochenta por ciento para dar un buen rendimiento durante esas horas.

Por su parte, Narel y Estefano están más frescos que una lechuga, lo que me hace pensar que ellos sí tuvieron una buena noche. Sonrío cuando veo que se besan por millonésima vez en lo que va del trayecto. Han pasado menos de veinticuatro horas de su exitosa reconciliación y ya se han convertido en mi pareja favorita.

Son demasiado tiernos.

Cuando llegamos a casa, Sigrid nos recibe con un delicioso desayuno y comparte la mesa con nosotros, pues está interesada en que le contemos los pormenores del viaje a la vez que disfrutamos de sus deliciosos panqueques recién hechos. Ella sabe que es nuestro desayuno favorito. Además, me ha leído el pensamiento porque también ha preparado jugo de naranja, justo lo que necesitaba para recuperar energías.

Después del almuerzo familiar que tenemos cada domingo, le pido a Peter que me lleve al refugio de animales. Al llegar, le agradezco antes de bajar de la camioneta y dirigirme hacia la puerta del lugar. Desde el umbral puedo ver a Claudia, la secretaria, sentada en su impecable escritorio de madera.

Al verme pone una cara de sorpresa y le sonrío desde donde estoy.

—¡Joven Nicolás! —chilla con una aguda y tierna voz que me contagia mucho entusiasmo.

—Claudia, me alegra verla de nuevo —le digo de manera amigable, saludándola con un beso en cada mejilla como cada vez que vengo.

Me invita a tomar asiento y agradezco su gentileza con otra sonrisa. Claudia es una mujer mayor, un poco gorda, de cabello negro, el cual tiene sujetado con una liga. A simple vista parece seria, pero su trato posee mucha amabilidad que la hace ver tan cariñosa y confiable. Puedo afirmar que es una excelente persona y la buena vibra que transmite es una de las razones por las que siempre vuelvo a este lugar.

Si hay algo que me guste mucho de Portland, es que me encuentro con gente latina o de habla hispana. Claudia es colombiana y debo confesar que me encanta ese acento paisa bien marcado que tiene. Cuando se mezcla con el inglés, llega a sonar un poco gracioso.

—¿Qué te trae por acá, mi niño? —me pregunta mientras teclea algo en la computadora.

—Paul me ha pedido que venga a ayudar. Por cierto, ¿él está adentro?

—Sí, está terminando de darles de comer a esos traviesos.

Me invita a pasar al patio trasero. Ahí se encuentran todos los perros que han recogido hasta ahora. Camino por el pasillo que da a dicho patio y, al verme, los perritos corren hacia mí, muy emotivos, moviendo sus colitas y ladrando a más no poder. Rasco la cabeza de algunos que conozco y noto también hay perritos nuevos que se unen al saludo. Sin darme cuenta, uno de ellos me lame la cara y río por las cosquillas que siento cuando lo hace.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now