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No me puedo quitar la estúpida sonrisa del rostro durante el resto de la tarde y menos cuando subimos a la cocina para retirar el pie de manzana antes de que se queme porque ya se ha horneado lo suficiente

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No me puedo quitar la estúpida sonrisa del rostro durante el resto de la tarde y menos cuando subimos a la cocina para retirar el pie de manzana antes de que se queme porque ya se ha horneado lo suficiente.

La presencia de Sigrid tampoco es impedimento para dedicarnos miradas y sonrisas cómplices con la intención de recordarle al otro lo que ha sucedido en el sótano. Debo confesar que ese beso ha dejado mis labios palpitantes y deseosos de querer probarlos otra vez. Joder, me siento como un adolescente que se acaba de besar a escondidas con su crush de la escuela y ahora puedo confirmar las palabras de Narel cuando me dijo que un amor clandestino es adrenalina pura y hasta llega a convertirse en ese vicio culposo del que te arrepientes luego de probarlo, pero que deseas volver a disfrutar.

«Y vaya vicio en el que he caído».

Cuando Sigrid sale de la cocina, aprovecho en acercarme a Christhoper y darle un beso rápido que no dura más de dos segundos y que se me hace doloroso porque no sacia mis deseos de volver a caer en ese gusto culposo a profundidad. Chris también lo nota, porque utiliza el tiempo que nos queda a solas para proponerme una cita. O, bueno, eso parece ser. La cuestión es que quedamos para vernos después de la cena porque tenemos pendiente una plática post beso.

Durante toda la cena me mantengo en silencio, hundido en mis propios pensamientos y recreando a cada momento esa escena en el sótano que se me hace eterna. Y como ya es costumbre que no hable mientras ingiero alimentos, papá, Estefano y Sigrid no se percatan para nada de mi ausente atención.

Media hora más tarde me encuentro caminando en círculos por la sala y, cuando el sonido del timbre resuena por todo el salón principal, corro hacia la puerta porque sé que vienen a buscarme.

—¡Yo iré a ver! —exclamo.

Una sonriente Narel aparece del otro lado de la puerta y me hago a un lado para dejarla pasar. Da un brinquito y me toma por ambos hombros para luego zarandearme con efusividad mientras ahoga un grito en su interior.

—Cuéntame todo y exage...

Le cubro la boca con la palma de mi mano.

—Shh... Sigrid está en la cocina.

Ella asiente y le hago un gesto con la cabeza para que me siga hasta el jardín trasero. Estas cosas no son para conversarlas en medio de la casa. A veces, parece que las paredes de esta mansión tienen oídos y el chisme se filtra como el sol a través de las cortinas. Por suerte, a esta hora ya todos están en sus habitaciones descansando o viendo la televisión, sin embargo, no está de más ser precavido.

—Apenas recibí tu mensaje, volé para acá. Me tienes con el corazón en la boca. ¿Qué ha pasado? —inquiere cuando nos sentamos en las sillas que hay frente a la piscina. Desde aquí es difícil que nuestras voces se oigan hasta la mansión.

—Prométeme que no vas a gritar si te lo cuento, ¿vale? —pido.

—Lo prometo. —Se muerde los labios y espera expectante mis palabras.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora