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Pues la insistencia de aquellos que estuvieron en desacuerdo prevaleció.

El enojo de aquellos que creían que Diane podía sellar el paso por su cuenta. Los Dianistas nunca estuvieron de acuerdo con las acciones del Héroe, mucho menos creyeron que ascendió por medios justos y honorables.

De Sangre y Ceniza: prólogo.


Xeli se adentró de nuevo en el recinto augusto de la catedral de Diane, envuelta en un halo de solemnidad. La sensación le resultaba familiar, casi un eco de cuando despidió a Zelif en su último viaje. Esta vez, sin embargo, había una diferencia abismal. En la última ocasión, el hierático Loxus, una figura de trascendencia y renombre, había compartido su presencia, acaparando todas las miradas y encendiendo rumores.

Ahora, el séquito de Xeli se reducía a su guardia personal.

En la vastedad de la catedral, todas las atenciones convergían en ella. Los ojos se clavaban en su figura, escrutándola con juicio y crítica. La sangre de los Stawer corría por sus venas; era hija del gran señor de Sprigont, pero su devoción por el heroísmo definía su esencia. Un valor que, para muchos, eclipsaba incluso su linaje.

Frente a este escrutinio, Xeli se erguía impertérrita y avanzaba con paso resuelto, atravesando el pórtico principal de la catedral. Cada paso era firme, un equilibrio entre nobleza y determinación. Sus ojos recorrían a todos, sin fijarse en ninguno en particular, manteniendo la frente en alto con una postura desafiante, como queriendo dejar claro que no cedería ante ninguna sombra.

Las imponentes estatuas de los Guardianes de la Diosa parecían vigilarla, alzando sus pétreos semblantes en una interrogación silenciosa sobre su audacia. Kalex, el capitán de su guardia, lideraba la procesión. Ascendieron las escaleras hasta el palco, reservado para las élites nobles en estas ceremonias.

Desde esa posición elevada, Xeli contemplaba el panorama. Miles de devotos llenaban la catedral, congregados para la ceremonia. Ella se sentía pequeña, con un latido frenético en su pecho compitiendo con el ritmo del corazón del mundo.

«Puedes hacerlo, solo debes fingir», pensaba, mientras luchaba por contener las ansias de tocar su colgante.

Rilox le había reservado un espacio en el palco. Era un asiento digno para la segunda hija de la Casa Stawer: espacioso y con vistas privilegiadas. Xeli alcanzó su destino y su mirada recorrió primero la catedral. La majestuosa construcción se alzaba como un tributo a la grandeza. Cada elemento parecía meticulosamente posicionado, y las figuras guardianas rodeaban el altar principal. El púlpito elevado resplandecía con una luminiscencia etérea.

Xeli, enfrentándose a tal impresionante vista por primera vez, quedó momentáneamente sin aliento. A pesar del deterioro causado por la Devastación, la belleza era innegable. La multitud de devotos hallaba su lugar de manera orquestada, y Xeli había imaginado caos, pero encontró orden.

El Lamento de los Héroes.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora