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Algunas noches, se ven espectros, seres de niebla que infunden terror. Unos dicen que son las Lascas y la locura. Otros, que son encuentros con lo desconocido. Pero yo he descubierto algo más interesante y asombroso: los Hacedores de Sangre, que alteran la materia con un gesto, que convierten lo sólido en neblina. Tal vez ellos sean los que pueden desvanecerse a plena luz o saltar como si flotaran.

De las notas de Xeli.


En el inmenso llano de adiestramiento, los soldados se erguían en hileras con sus espaldas tiesas y las manos firmemente aferradas a las empuñaduras. A lo largo del continente de Sprigont, Cather se había encontrado con centenares de guerreros en incontables escuadras y batallones dispares. Había enfrentado tanto a los ejércitos de los grandes señores como a los caballeros honrados del Gran Consejo, tejiendo una red de experiencias a lo largo de los años.

La mera presencia de un Hacedor de Sangre borraba las diferencias entre ellos. La Caballera Dragón veía en los semblantes de los presentes un destello dual de inseguridad y orgullo, un baile de emociones que reflejaba tanto la valentía como la cobardía. Ante los Hacedores, se parecían a niños anhelantes de probar su valía, perdidos en un vasto mar de incertidumbre.

Sin embargo, en esta ocasión no era Cather quien provocaba tal reacción en los guerreros.

—Seguro se preguntan por qué los he reunido aquí, minutos después del amanecer, ¿verdad? —exclamó lord Hacedor de Sangre desde su elevada tarima de madera. Algunos guerreros asentían, mientras otros, aún somnolientos, luchaban por mantenerse firmes—. ¡Eh, tú! Sí, el enano allí atrás. Dime, ¿sabes por qué los he traído hasta aquí?

—No, lord Hacedor de...

—Y tú, con esa calva incipiente y brillante, ¿qué piensas? —interrumpió Walex, no dejando terminar al joven.

—Planea instruirnos...

—Me complace que nadie lo sepa —interrumpió nuevamente Walex con un toque de sarcasmo—. De lo contrario, perderíamos todo el misterio y la intriga que he cultivado cuidadosamente. Los he convocado para formar la nueva guardia personal del sacerdote Ziloh. Planeo entrenar un grupo especializado en combatir a los Hacedores de Sangre.

Un silencio se extendió, lleno de murmullos de pensamientos y emociones. Los soldados mostraban escepticismo, algunos se contagiaban de entusiasmo, otros se veían abrumados por el temor. Cather notaba la variedad de reacciones.

—Es aquí donde deben aplaudir —sentenció Walex, realizando una reverencia exagerada que superaba el gusto de Cather.

Los soldados, confundidos, comenzaban a aplaudir.

—Basta ya —declaró Lord Walex con un gesto de su mano—. Tú, el flaco allí en la retaguardia, dime, ¿qué nos espera en la contienda?

—Dos Hacedores de Sangre, mi señor.

—Puedes hacerlo mejor. Intenta de nuevo. ¿Contra qué nos enfrentamos?

—¿Una sombra?

Walex soltó una carcajada.

—Mis disculpas, solo quería escuchar tal tontería.

Cather frunció el ceño. Entendía el juego de Lord Walex, pero no aprobaba su método. Manipulaba hábilmente las emociones de sus hombres, como un maestro de orquesta de sus sentimientos. Sabía, al igual que ella, que ninguno de esos guerreros lo desafiaría ni levantaría la voz en disidencia.

—Estoy seguro de que todos están familiarizados con los cuentos, ¿verdad? —afirmó Lord Walex—. ¿Alguno desea relatar la leyenda de los espectros nocturnos? —nadie respondió—. Vamos, ¿nadie? Bien, tú, allá atrás. Voluth, ¿verdad?

El Lamento de los Héroes.Where stories live. Discover now