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Pero ese día, cuando acepté el tratado de paz, fue un alivio cuando cesó su parloteo. Experimenté una sensación de serenidad que me llenó por dentro. Me sentía libre.

De las notas de Zelif.


La chica se retorcía en las fauces de la muerte, pero aquella palabra no bastaba para expresar el horror que Azel contemplaba con impotencia.

La chavala yacía sobre el suelo frío de la cámara, un bulto encogido y frágil, con la piel tan pálida y translúcida que parecía sin sangre. Su dermis, antes radiante y llena de vida, se había vuelto mármol, manchado de hematomas y petequias que trazaban un mapa de sufrimiento en su cuerpo. Al principio, su figura se estremecía con violencia, envuelta en una manta que Azel le había dado como un frágil consuelo en un acto de compasión desesperada. Después, esos espasmos convulsos se detuvieron de golpe, dejando un silencio más aterrador aún, una señal clara de que Xeli se desconectaba de sus sentidos y se rendía a la vida.

Sus ojos no derramaban lágrimas; Xeli permanecía atrapada en un letargo, como un feto muerto. Su corazón latía con una rapidez insana, su calor era apenas perceptible. Azel había procurado que Xeli descansara lo más cerca posible de la Piedra de Sangre, aspirando su tenue resplandor como un náufrago, pues esta ofrecía un aumento en sus propiedades curativas, asemejado al hervor.

No, Xeli no estaba muriendo de forma normal. Estaba siendo devorada por una muerte en vida.

«¡Sálvala!», graznó Daxshi en su oído.

—¿Y cómo coño hago eso? —rugió Azel, dando vueltas por el cuarto.

El lugar era una mierda, pequeña y opresiva. ¡Una mierda! La humedad se pegaba a las paredes y las manchas de corrupción se esparcían por los rincones más oscuros. ¿Cómo iba a sacar a la chavala de este infierno? ¿Quedaba alguna esperanza?

Xeli seguía agarrando su espada, como si fuera lo único que la mantenía en este mundo.

A lo mejor...

—Voy a probar otra vez —murmuró Azel, agachándose junto a Xeli—. Perdona, nena.

Sacó una esquirla de cristal y lo clavó con delicadeza en el dedo de Xeli, solo lo suficiente para dejar escapar una gota de sangre. La muchacha no mostró reacción alguna.

Con gesto sereno, tomó la mano de Xeli y compartió por un instante su fluido vital. ¡Devastación! ¿Qué podía hacer? Xeli había cortado el vínculo con la Piedra de Sangre, un acto que desafiaba todas las leyes conocidas. La conciencia de Xeli se hallaba partida en dos, sin un puente que las uniera. El rubí lo había absorbido todo, y antes de que pudiera devolverle ese aliento vital, el corte había sido provocado por el fatal encuentro con Cather.

Un torrente de sangre ardiente se elevó en Azel, una mezcla de ira y cansancio. Un vértigo intenso lo sacudió, mientras el frío aliento del miedo se deslizaba por su piel. Inhaló profundamente, observando cómo las reservas de la Piedra de Sangre menguaban, obligándolo a recurrir a su propia sangre como fuente.

Daxshi graznó nervioso. Pero el Hacedor de Sangre había trascendido su alcance. Se encontraba en una estancia lejana, como si una barrera infranqueable los hubiera separado. Azel empujó sus límites, avivando sus poderes y expandiendo sus sentidos hasta las fronteras de la percepción. Apoyó los dientes con fuerza, empleando la Condensación, y en ese instante, la esencia de Xeli se mostró con mayor nitidez. Dos auras de vida, paralelas pero desgarradas, desmoronándose a ritmo vertiginoso.

El destino que acechaba a la muchacha era algo más oscuro y desgarrador que la simple fractura de la Piedra de Sangre. Eso al menos permitía un retiro, romper el vínculo con el mundo y hallar refugio en la desconexión. Pero lo que le ocurría a Xeli superaba esas calamidades; estaba perdiendo no solo la conexión con la Piedra de Sangre, sino también con su propio ser.

Otra Habilidad Básica fue invocada: la Expulsión. Azel se adueñó del flujo vital de Xeli, columnas fracturadas que danzaban en su interior, calor y frío, vida y muerte, todos momentáneamente bajo su dominio. La existencia de Xeli, junto con su trágico final, se hallaban sometidos a su voluntad.

Pero entre los pilares que sostenían la existencia de Xeli, había algo más. Un hilo frágil, un puente que los unía. Un estrecho filamento que parecía a punto de romperse ante el más mínimo movimiento.

—¿Qué cojones hago? —soltó Azel.

Ya había intentado la infusión de su propia sangre a Xeli, pero solo había conseguido alargarle un poco la vida. Arreglar la fractura de su vínculo era una movida chunga. No había ni un puto libro que hablara de eso. Nadie se había atrevido a hacer esa locura. ¿Y ahora qué? Esto no era como curar un corte o un moratón; intentar lo mismo con el vínculo era una gilipollez.

«Equilibra la sangre en los pilares», susurró Daxshi con una voz inusualmente clara. Nítida.

Azel pegó un respingo.

—¿Equilibrar?

Cuando estuvo a punto de replicar, Xeli respiró con esfuerzo y luego tosió. Un hilo de sangre se le escapó por la boca. Equilibrar... ¿Sería posible igualar los flujos de sangre entre los pilares?

«Con cuidado», aconsejó el nevrastar.

La amalgama de habilidades básicas fue tejida con destreza. La Transfusión de Sangre entró en juego. Sus dedos hallaron los pilares y percibió el poderoso tirón del rubí de Xeli, un voraz torbellino que devoraba el fluido vital. El rubí hambriento drenaba su sangre, pero Azel resistió. Mantuvo su posición, soportando la vorágine desgarradora. Un gemido de dolor escapó de su garganta, pero logró traspasar no solo su sangre al rubí insaciable, sino también a Xeli.

Dos fuerzas opuestas, ambas ansiosas por la vida, el poder. Azel jadeó, sintiendo cómo su tez se empalidecía. Experimentó un desgarramiento agónico, mientras dos fuerzas inexorables tiraban en direcciones opuestas.

Azel cayó al suelo, y su mano seguía aferrada a la de Xeli. Un cambio se operó en la doncella, su palidez se tornó en un leve rubor y su respiración se volvió menos entrecortada. Un yugo que ahora Azel llevaba sobre sus hombros.

Daxshi aleteaba, su graznido era vibrante, impotente frente a la aflicción de ambos. Los pilares se fortalecieron, uno tras otro. La vida hallaba un cauce en ambos, sus esencias entrelazadas y fusionadas. El objetivo estaba próximo, aun cuando el dolor arremetía con fuerza. El mundo comenzó a oscurecerse, su contorno recortado en sombras. La espada de Sangre emanó un resplandor sobrecogedor, un fulgor que irradiaba poder.

De repente, los graznidos de Daxshi se desvanecieron, su clamor sofocado. La realidad giró en espirales.

—Tengo que... salvarla —soltó Azel, con un nudo en la garganta y la voz temblorosa.

¿Por qué la vista lo había abandonado?

El Lamento de los Héroes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora