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Sobre el ara desolada, desprovista de toda gala y colorido, yacía el cuerpo sin vida de la mentora de Voluth. Cather descansaba inmóvil, cubierta por su propio rocío carmesí, tal como la encontraron. Su armadura, una obra maestra de gran magnitud, exhibía cicatrices, hendiduras y marcas de desgaste que reflejaban la brutalidad de su último combate.

Voluth, sumergido en la profundidad de la desolación, lloraba en silencio. Los hombres a su lado susurraban con voces cargadas de burla y furia. La ausencia del Lord Hacedor de Sangre resultaba evidente, como una sombra amenazante sobre ellos. Kazey temblaba a su lado, sus ojos rojizos parecían a punto de estallar de ira. Agarraba la empuñadura de su espada con firmeza, al igual que Voluth sostenía su resolución.

—Lo mataré —declaró Kazey, con palabras temblorosas como un viento helado—. Acabaré con ese vil asesino.

Pero la culpa no recaía en Azel.

Voluth, esforzándose por recobrar el aliento, alzó la mirada hacia el responsable del homicidio. El sacerdote, ahora el nuevo Hierático, estaba junto al antiguo ara, mostrando una total falta de respeto hacia la Caballera Dragón inerte a sus pies. Ziloh la exhibía como un trofeo ante la multitud, con una sonrisa burlona jugueteando en sus labios.

Ziloh se había ausentado brevemente durante la ceremonia, dejando a Jukal a cargo. Supuestamente habían encontrado el cuerpo de Cather en una sala solitaria de la catedral, un lugar sin testigos ni nadie que pudiera desmentir al nuevo Hierático.

—¿Hasta qué punto hemos llegado? —inquirió Ziloh con amargura y desprecio en su voz—. ¿Cuántos más de nosotros pretenden asesinar para alimentar su arrogancia?

Voluth apretó los dientes y no soltó la empuñadura de su espada. Sus ojos ardían por las lágrimas contenidas. Arrogancia. Los Heroístas no eran arrogantes, ni siquiera el Dios Negro lo había sido. Ziloh, en cambio, personificaba aquello en su máxima expresión.

Estaba cerca... quizás Voluth podría matarlo. Solo tenía que sortear a un par de guardias y a Jukal, quien lo observaba con malicia.

Era posible.

—Se suponía que hoy era un día sagrado, glorioso y trascendental. Incluso hoy, Diane está entre nosotros y rinde homenaje a la sagrada consagración. Hoy no debería ser un día de luto —Ziloh se movió con gracia y observó detenidamente a la caballera—. Pero hoy, Diane está triste. Está cansada de pérdidas y dolor. Hoy no es un día de alegría. Soy un Hierático, ¿pero a qué costo? Zelif, Malex, Felix... y ahora lady Cather

» Fuimos demasiado indulgentes con los heroístas —siseó—. No aprendimos de los errores del pasado, cuando les brindamos nuestra confianza y fe. ¿Y cómo nos lo agradecieron? Asesinando a Diane. Y ella está triste, hermanos. Porque decidimos volver a confiar en ellos, incluso después de ver lo que son capaces de hacer. Díganme, ¿a dónde nos ha llevado volver a confiar en ellos?

—A la muerte —respondió el sacerdote Jukal.

—¡A la muerte! —rugieron los devotos.

—A la muerte —siseó Kazey a su lado.

Voluth se alzó lentamente y aferró con fuerza la empuñadura de su espada. Tan solo necesitaba ser rápido y podría acabar con Ziloh. Entonces quedó paralizado y, por un breve instante, sintió que todas las miradas se clavaban en él. Su armadura negra resplandecía y atraía el odio de todos los presentes. Los ojos y murmullos eran como una lluvia de flechas que lo atravesaban una y otra vez.

«No puedo hacerlo», se dio cuenta.

No podría acercarse siquiera a Ziloh. Si daba un paso, Kazey lo detendría sin contemplaciones. Y si ella no lo lograba, los demás lo harían. Jukal observaba sus movimientos con ansias de que intentara algo.

El Lamento de los Héroes.Where stories live. Discover now