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Los Heroístas fueron desplazados, nadie quería saber de nosotros.

Todo sucedió tan rápido, como si hubiera surgido una nueva calamidad en el mundo. El Gran consejo apenas si pudo mermar las disputas. Incluso, en sus filas, había gente que quería vernos muertos.

Y cada que escuchaba hablar a sus sacerdotes más importantes, comenzaba a sentir un profundo sentimiento de repudio. Me sentía asquiento con cada palabra que decían, mientras que los Dianistas se vigorizaban y entusiasmaban.

Hay algo que nunca acabé de comprender.

De Sangre y Ceniza: prólogo.


Xeli se acurrucaba entre sus brazos, aferrando su preciado colgante, buscando alivio en él mientras la noche la envolvía como un manto impenetrable.

«Qué tonta fui», se lamentó.

Su abrazo le daba calor y seguridad. No sabía de dónde había sacado el valor para enfrentarse a Ziloh y a lady Cather.

Xeli había logrado esquivar a sus guardias y a los sacerdotes, permitiéndose vagar sola por la ciudad envuelta en la oscuridad de la noche. Se preguntaba qué pensarían Favel y Loxus si descubrieran su hazaña. Prefería mantenerlo en secreto, recordando que, tras su última visita a la catedral de Diane, Favel y Loxus le habían abrumado con una interminable sucesión de sermones.

«Para ellos esto sería una locura, pero para mí es... paz», pensó Xeli.

Las calles estaban desiertas y silenciosas. Era la primera vez en semanas que Xeli salía de noche. Loxus le había aconsejado no salir sin un guardia, pero ella necesitaba la oscuridad del cielo para meditar.

Aun así, un escalofrío persistente la recorría. Nunca se acostumbraba a la noche. Las historias de peligros, los espectros y la muerte silente que acechaba en las sombras llenaban las conversaciones. Xeli nunca había visto tales horrores, pero el miedo irracional a la noche persistía, atenazando su mente.

Era como si las sombras la observaran, dispuestas a seguirla con ansias voraces. Xeli se volteaba a menudo, sintiendo las miradas ocultas, pero nunca encontraba nada.

«No hay nada que pueda dañarme», recordó con determinación.

El dosel nuboso onduló sobre ella y, súbitamente, percibió cómo su visión se retorcía, como si estuviera sumergida bajo aguas turbias o atrapada en una ola de calor abrasador.

Eran efectos de las Lascas, mera ilusión.

A pesar de todo, no lograba comprender por qué seguía inmersa en sus incursiones nocturnas. Había una atracción inexplicable hacia el peligro, una especie de insensatez que, de algún modo, disfrutaba. No obstante, también experimentaba un sentimiento de transformación al caer la noche, como si su mente se agudizara y se sintiera más enérgica.

El Lamento de los Héroes.Where stories live. Discover now