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No ignoro que no debería escribir esto, el mero hecho de intentarlo es una sentencia. Me acecha, como también sé que acecha a los demás, aunque ninguno se percate de ello. Pero debo hacerlo de todos modos. Ahora que entiendo su significado, debo hallar una manera de detenerlo.

De las notas de Zelif.


Xeli aspiró con fuerza.

El aliento helado del viento le rasgó los pulmones y un acceso de tos la sacudió. Sentía una presión en el pecho que competía con el abrazo gélido. Alzó la vista, sintiendo todavía la mente embotada.

La oscuridad la envolvía, sumida en una negrura espesa. Apenas distinguía las sombras que dibujaban los contornos, gracias a un solitario rayo de luz que se colaba desde una grieta en el muro. A lo lejos, divisó a un hombre tendido, convertido en un fardo de harapos humanos.

El asesino.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Movida por el impulso, se incorporó y retrocedió con una mano en el cuello, buscando un colgante ausente. Azel, levantando apenas los ojos para encontrarse con los suyos, irradiaba fatiga. Parecía irrisorio que alguien tan extenuado pudiera erguirse y lanzar un ataque.

—Todavía respiras, ¿eh? —masculló Azel con una sonrisa torcida.

En ese instante, los recuerdos asaltaron a Xeli como olas sucesivas, trayendo imágenes de un pasado cercano pero extraño, similares a sueños fugaces. Le costaba asir esas memorias, evocando un dolor irreal, una angustia que su mente preferiría olvidar.

—Tú eres el asesino... —susurró Xeli, retrocediendo un paso—. Tú mataste a Cather...

El gesto amargo de Azel dio paso a una carcajada sarcástica. Las palabras de aquella noche en la que se infiltró en la catedral resonaron en respuesta.

—Vamos, apenas si logré distraerla por un segundo. ¿Matarla? Si lo hubiera intentado, nosotros la hubiéramos palmado. Sobrevivir ha sido pura suerte, nena.

La mano de Xeli descendió a la empuñadura de la espada, cuyo resplandor era níveo. Pero la soltó de inmediato, un temor repentino la paralizó. Todo había comenzado con esa espada.

—¿Quién eres? —inquirió Xeli al reincorporarse—. ¿Por qué me salvaste? ¿Por qué apoyaste a los heroístas? ¿Qué te define? ¿Y por qué... por qué mataste a Zelif?

El silencio precedió a las palabras de Halex.

—Siento toda la mierda que ha pasado—sus palabras fluyeron pausadas.

—Tú eres el Hacedor de Sangre —espetó Xeli, con voz temblorosa pero firme—. Nos has traicionado a todos... Nos has implicado en tu crimen... El refugio será acusado de conspiración por albergarte. Vendrán las represalias, quizás algo aún más atroz... ellos...

Las vidas de todos los que conocía estaban en peligro.

—¿Por qué? —bramó Xeli—. ¡¿Por qué asesinaste a Zelif?!

Azel se encogió ante las acusaciones.

«Nos traicionará», aquella premonición había resonado hace eones.

«No hará nada. No representa amenaza alguna», había respondido una voz velada.

Xeli mantuvo la vista fija en el hombre caído ante ella. Azel, por su parte, no había permanecido inmóvil. Había actuado, había intervenido. Él había entregado todo para rescatarla. Recordó el caos tras la muerte de los sacerdotes, cómo él había cuidado de los heridos, recorriendo incansablemente la catedral.

El Lamento de los Héroes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora