15

94 11 263
                                    

Un poder de los Hacedores de Sangre me fascina: la sanación. He leído cómo curaron pueblos y ciudades arrasados por plagas y enfermedades, y hombres a punto de morir por heridas mortales, con solo un toque de un Hacedor de Sangre.

De las notas de Xeli.


Desde el balcón, Xeli observaba el caos que se desplegaba ante sus ojos. La guarnición avanzaba hacia el norte, formando un río de sombras, en persecución de los alborotadores dianistas. El clamor de la multitud le llegaba como un eco distante.

Persuadir a su padre de enviar refuerzos a los Guardias Negros había sido arduo, una batalla contra su terquedad que solo cedió ante la insistencia de la Caballera Dragón y su hermano Rilox. Gracias a ellos, Xeli logró convencerlo de contener la inminente conflagración.

Mientras contemplaba el tumulto en las calles, Xeli luchaba con el silencio de su alma. Solo le quedaba esperar, una espera que la hacía sentir impotente. ¿Era esa la verdadera naturaleza de Nehit antes del acuerdo de paz? La incertidumbre crecía en su mente, igual que zarzas en un bosque abandonado. Xeli, en un gesto nervioso, llevó la mano a su cuello en busca del consuelo de su collar, pero encontró un espacio vacío. Eso exacerbó su ansiedad. El collar era un regalo especial de Loxus, quien la había acogido en el heroísmo tras el rechazo de su propio padre. Sin embargo, su inquietud no residía tanto en la pérdida del objeto, sino en el lugar donde lo había extraviado.

Estaba segura de que alguien encontraría el collar tarde. Xeli carecía de recursos para recuperarlo. Sabía que este incidente inculparía injustamente a los heroístas. Sus manos seguían sudando ante la posibilidad de que la asociaran con los asesinatos, de que la señalaran como una Hacedora de Sangre no registrada, como una Silenciadora de la Memoria. Xeli comprendió que, en cuanto relacionaran el collar con ella y descubrieran sus poderes prohibidos, la ejecutarían. Y no solo a ella, sino a todos los heroístas, lo que rompería el tratado de paz. Todo sería su culpa. Se maldecía a sí misma.

—¿Por qué fui tan insensata? —se cuestionó en voz baja, apretando los puños—. Todo esto es mi culpa. Soy una ingenua.

Recordó la noche anterior, cuando vio a Zelif y Jukal hablando con complicidad. Luego, como Jukal asesinó a los dos sacerdotes tras descubrir la verdad sobre la muerte de Zelif. Y ella, por su ansiedad, rompió su collar, dejándolo abandonado.

—¿Qué he hecho? —se lamentó, cerrando los ojos—. ¿Qué he desencadenado?

Sabía que no podía simplemente acudir a Cather y contarle que Ziloh había urdido el plan para asesinar a Zelif y que Jukal había matado a los dos sacerdotes. Tampoco podía revelar que el dianismo buscaba inculpar a los heroístas para invalidar el tratado de paz. A pesar de que todo era cierto, Xeli solo tenía su palabra contra toda una religión.

Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, esperando a ser descubierta y a que sus compañeros perecieran. Debía tomar medidas, encontrar una solución. Ahora más que nunca, necesitaba encontrar al asesino, a ese tal Azel, y llevar a Cather contra Ziloh.

La puerta se abrió y la voz de Rilox rompió el silencio.

—Así que aquí estás —dijo él, acercándose con pasos mesurados—. Nunca esperé que las cosas llegaran a este extremo tan pronto. Dos sacerdotes han muerto... Esto no puede ser obra de los heroístas. La gente no debería sucumbir a tal frenesí, menos aún con el tratado de paz aún vigente. Padre debería haber actuado antes, haber sofocado este caos.

La voz de Rilox se quebró, revelando un torrente de emoción reprimida. Xeli, sin embargo, no ansiaba palabras de consuelo y acalló la corriente de palabras con un gesto de su mano.

El Lamento de los Héroes.Where stories live. Discover now